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Que la cizaña no siga contaminado el buen trigo


XVI domingo del tiempo ordinario

En tiempos de Jesús, en oriente era común que algunos se vengaran de sus enemigos sembrando cizaña entre el trigo, pues como las plantas cuando eran tiernas se parecían tanto, los campesinos no advertían fácilmente su diferencia y, siendo la cizaña tan agresiva con el trigo, había casos en que el campesino llegaba a perder toda su cosecha. Pues de esa realidad parte Jesús para presentar en el Evangelio la parábola de la cizaña (Mt. 13, 24ss), haciendo alusión a lo que la maldad y en general el pecado puede dañar la vida del hombre, pues ésta de modo silencioso y confuso se va apoderando poco a poco de la conciencia, con el fin de confundir al ser humano en su modo de decidir y de entender la vida. Pero, de modo especial, San Juan Crisóstomo veía en la cizaña una imagen del error, pues, cuando no hay claridad de principios, el error se puede confundir con la verdad.

En realidad, la parábola de la cizaña sigue siendo de enorme actualidad y diríamos, por desgracia, es de más relevancia que antes, pues hoy más que en ningún otro tiempo el error y el engaño se han visto sumamente privilegiados, al grado que han generado estructuras y sistemas dominantes y opresores. Hoy tenemos mejores sistemas para conocer la verdad, pero es común que dichos sistemas se usen para ocultar precisamente dicha verdad; tenemos los medios suficientes para que las personas estemos bien informadas, pero igual usamos dichos medios para desinformar. Con facilidad vemos cómo se puede deformar u ocultar una noticia y resaltar demasiado una que en realidad es insignificante.

Con enorme rigor, hoy es común que muchos se aferren a actitudes subjetivistas y relativistas, buscando cada quien definir el mundo a su modo; olvidando que más allá de la experiencia de vida que cada quien tenga, la verdad objetiva no la podemos, ni debemos modificar, lo alto siempre estará por encima de lo bajo y el todo siempre será más que la parte.

La cizaña actual ha deformado la verdad sobre el hombre, al grado que hoy se puede matar a un ser humano en el vientre materno, con el permiso de quienes deberían de estar para defender la vida. La cizaña ha deformado el significado de la vida humana, al grado que si antes papá y mamá integraban una serie de exigencias físicas, psicologías y espirituales, indispensables para la educación de un hijo; hoy con la mayor facilidad se pueden suprimir y suplantar dichas exigencias y apostar por otros modos de educación. ¿Acaso el hombre de hoy es tan sabio para tener la capacidad de cambiar las exigencias y necesidades de la naturaleza?

Los efectos de esta cizaña moderna los estamos viviendo todos, pues ¿quién no ha sido víctima del ritmo violento y agresivo de deshumanización que estamos viviendo? La semilla que Dios sembró en cada corazón es semilla selecta, de alta calidad, pero con enorme soberbia muchas personas, sistemas y estructuras alienantes, con intereses hedonistas y materialistas, intentan sufocar al buen trigo.

Los cristianos somos débiles y pecadores, como todo ser humano, pero no por eso podemos dejar de aprovechar el sin fin de oportunidades que la vida nos da para sembrar y cultivar la buena semilla del Reino. No podemos dejar de proclamar y de convencernos de que el bien vence al mal, que la vida es más que la muerte, que la maldad no puede estar por encima de Dios, que el amor verdadero es fuente de vida. El buen cristiano no puede dejar de luchar para que la luz y la belleza del evangelio sean el tesoro más grande por compartir con el mundo.

La cizaña es actual, pero la sabiduría y la gracia divina son mucho más actuales.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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