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Mi yugo es suave y mi carga ligera


XIV domingo del tiempo ordinario

“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera” (Mt. 11, 28-30).

Que saludable noticia e invitación nos hace Jesús en el Evangelio, pues es increíble el sin fin de cargas difíciles e injustas que el ser humano puede llevar sobre sí, haciendo así una vida pesada y de sufrimiento, para sí mismo y, en consecuencia, para los demás. Señalo algunos ejemplos de estas cargas: En el campo de la fe y la moral: Hay quienes viven con enormes mortificaciones en su conciencia y en su corazón a causa de una mala comprensión de la fe y de Dios, como puede suceder, por ejemplo, con una mente muy escrupulosa y rigorista, donde, en vez de disfrutar de Dios, Él se vuelve una preocupación y aflicción con un miedo desmedido de fallarle. De hecho las palabras de Cristo en el Evangelio, son a propósito de quienes hacían de los mandamientos y en general de la ley el motivo de vida fundamental, dejando a un lado a veces el trato directo y amoroso con Dios y con el prójimo. No es que los mandamientos fueran malos, pero se habían llenado de minuciosas practicas insoportables, desde las cuales no se podía palpar la presencia y la bondad de Dios. Pero igual, al revés de estas cargas escrupulosas, hay quienes tienen una conciencia muy laxa, que su conducta libertina termina complicando su vida.

En el campo de la responsabilidad, hay quienes asumen preocupaciones que no son suyas y sufren al responder a tareas que no les toca. Suplantan a otros en sus tareas y en vez de vivir los principios de subsidiaridad y solidaridad, desde la caridad, terminan mortificados por resolver lo de otros. Eso representa un daño y un peso difícil del llevar. En el campo de los bienes materiales: No falta quienes se fijan metas materiales y sociales con exigencias por encima de sus posibilidades y terminan sufriendo por lo que en realidad es sólo algo superfluo. Cuando el ser humano se desvive y se desgasta de más por lo que hasta cierto punto pudiera ser importante, pero no esencial, termina descuidando y hasta despreciando lo que realmente sí nutre, lo que sí es indispensable.

De ahí la propuesta de Cristo: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”. Dónde mejor puede el ser humano encontrar el descanso y la paz, tan indispensables que son para vivir, para luego poder entender y enfrentar las tareas de la vida. El corazón perturbado, el corazón lastimado por el pecado y por el vaivén de la vida, sólo en Jesús encuentra el sosiego que revitaliza y regresa la alegría de vivir. En el corazón amoroso de Jesús cabemos todos, no importando la condición social o moral, pues se trata del amor infinito que lo llena y rebasa todo.

Cristo, con su carga y su yugo ligero, es la nueva iniciativa de Dios. Las demás cargas oprimen y cansan, la de Cristo fortalece. En realidad la imagen de la carga y del yugo ligero es una alusión al misterio de la Cruz. Los santos y los hombres sensatos han sido testigos de la fortaleza que da la Cruz de Cristo; de ahí han sacado la fuerza y la valentía para dar incluso su propia vida en bien de los demás; recientemente tenemos el ejemplo de personas como Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y tantos más que, de modo cayado, han decidido hacer suyo el camino del amor, al grado de la entrega total, como lo hizo Jesús.

Cada que podamos, démonos la oportunidad de estar frente a la cruz de Cristo o, si es posible, mejor frente al Sagrario, para meditar en el amor de Cristo, pidiéndole que nos permita entender la grandeza de su amor manifestado en ese misterio y, desde luego, que nos permita imitarle. Ahí busquemos el alivio que tanto necesita nuestro corazón.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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