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Juan Pablo II, un Santo Mexicano


Segundo domingo de Pascua

La resurrección de Cristo es el hecho más portentoso que Dios ha obrado para mostrarnos la belleza de su gloria, a la cual estamos llamados todos. Si ante el dolor de la Cruz y el silencio del sepulcro, el demonio pensaba que lo dominaba todo, por la resurrección el verdadero creyente se convence de que en Dios todo es vencible. De ahí brota la esperanza más profunda, la que nos hace vivir y luchar bajo un horizonte claro, el horizonte de Dios.

En esta esperanza, que brota de la resurrección de Cristo, fue formado Juan Pablo II, el Papa amado por el mundo entero y en particular por nosotros los mexicanos. Llevado de la mano de su padre (al quedar huérfano de madre a temprana edad) y con los santos consejos de sacerdotes de Wadowice, su pueblo natal, fue afianzando su fe, cimentada en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

La fe en Cristo muerto y gloriosamente resucitado, le permitió, a nuestro hoy Santo Juan Pablo II, que los traumáticos sucesos que acompañaron su vida, como ser huérfano a temprana edad, quedar solo, vivir la guerra y demás, antes que llevarle a la conclusión de que la existencia humana es irracional e incluso absurda; por el contrario, él sacó una conclusión diferente. Se convenció de que la crisis del mundo moderno es sobre todo crisis de principios, del modo de entender al mismo ser humano. Enfrentó con decisión y alegría su ministerio sacerdotal y episcopal en Cracovia, a pesar del acoso ideológico y político del comunismo que aplastaba su querida Polonia. El Papa entendió que lo que le tocó vivir a él, junto con su pueblo, no era lo apropiado para el ser humano. Tales convicciones lo impulsan a luchar toda su vida con astucia y prudencia para defender la verdad humana, verdad que se arraiga en Dios mismo. Entendió que el ser humano, ante todo, siempre es alguien digno de ser amado; no importando si ese ser humano es un hermano, un amigo o un opresor.

Hoy, segundo domingo de pascua, la Iglesia nos recuerda que Cristo es el Señor de la misericordia, por eso murió y resucitó por nosotros. Y cuánto deseaba, nuestro hoy santo, que todo el mundo, partiendo de cada corazón, hiciera suyo ese amor misericordioso de Dios.

Juan Pablo II, se consagró como testigo y portador de ese amor misericordioso, tomando con entera responsabilidad el encargo que el Señor Jesús hace hoy a Pedro y todos los apóstoles, cuando al infundirles el Espíritu Santo les dice: “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Por eso fue por todas partes para anunciar: El mundo está en crisis, le pesan los pecados personales y sociales; el hombre es la verdad que necesitamos salvar, pero solo puede ser salvado por el amor. Sólo el amor de Cristo redentor revela plenamente qué es el hombre; sólo ahí el hombre vuelve a encontrarse con la grandeza, dignidad y el valor de su propia humanidad. Sin esa dimensión redentora, las estructuras sociales que nos oprimen no podrán ser disueltas.

Enseñaba el Papa, al ser humano, en cuanto libre, se le abren infinitud de posibilidades en su vida, pero la máxima posibilidad de esa libertad es la realización en el amor a los demás, en el grado de la donación, a ejemplo de Cristo. El amor es el camino que salva al hombre, pero ese camino de amor no puede ser sin Cristo.

Como mensajero de vida, esperanza y de amor, Juan Pablo II, el Papa mexicano, vino a nuestro pueblo de México, para hablar a los niños, símbolo de la inocencia; a los jóvenes, para pedirles que no tengan miedo seguir a Cristo; a los ancianos, para que sigan siendo testigos de que Dios siempre es fiel; a los políticos, empresarios y profesionistas, para recordarles que deben trabajar por un desarrollo integral de los pueblos y no sólo por el progreso material; a los comunicólogos, para pedirles que sean portadores de buenas noticias; a los trabajadores, para que vean en el trabajo un modo de ennoblecer su vida; a los pobres y marginados, para recordarles que Dios los ama y no está de acuerdo en que se les falte a su dignidad; a los obispos, sacerdotes y consagrados(as), para pedirles que sean buenos testigos, administradores y dispensadores de la gracia y de la verdad del evangelio. Pero de manera prioritaria, vino a México y fue por todo el mundo para hablarle a la familia.

El papa valoró la familia como el lugar donde se forman las personas, donde se aprende a respetar y dignificar al prójimo; lo cual es posible si ahí se aprende a convivir con Dios. Ya en la cuaresma de 1977, siendo cardenal de Cracovia, expresaba con dolor: ¡Qué triste que el mundo moderno se haya atrevido a poner en el banquillo de los acusados a la familia. Atacar a la familia es atentar contra la humanidad. Destruir la familia es destruir el santuario, donde Dios y el prójimo son sagrados. Situación que retomó, como Sumo Pontífice, en su carta apostólica a las familias.

Juan Pablo II repitió con insistencia: lo que el mundo vive, bien o mal, es fruto del conjunto de las decisiones humanas; pero la educación para las buenas decisiones se recibe en las buenas familias. Y La familia responde a su tarea sagrada, en la medida en que se convierta en una ventanita del amor de Dios.

Queridos hermanos, sin duda, las enseñanzas de Juan Pablo II, igual que las de Juan XXIII, son íntegras, pues lo que publicaron en sus escritos y lo que predicaron en el pulpito, lo supieron testificar con su vida. En nombre de Dios, se consagraron por entero al bien del ser humano. Por eso hoy la Iglesia, en nombre de Dios, los proclama Santos. Hoy, ya son nuestros intercesores.

Su secreto: la oración, es decir, la intimidad con Dios, y tomado siempre de la mano de María Santísima.

Durante su papado, Juan Pablo II fue un amigo de México, fue un Papa Mexicano; hoy es nuestro aliado en el Cielo.



Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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