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Sal y luz de la tierra


V domingo del tiempo ordinario

El pueblo al no sentirse escuchado, clamaba a Dios: “¿Para qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes? Pero el Señor responde: “Es que el día en que ayunas buscas tu negocio y explotas a todos tus trabajadores” (Is. 58, 3). “Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias, si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía” (Is. 58, 9-10). El pueblo pensaba que para vivir la fe y contar con la benevolencia divina bastaba con ofrecer sacrificios y hacer ayunos.

Pero la fe verdadera no acepta ambigüedades, pues el corazón que alaba a Dios, debe estar completamente comprometido con la justicia y la misericordia. Solo es agradable a Dios y descubrirá la verdadera luz, quien, en la medida de sus alcances, es capaz de comprometerse con los demás, sin distinción de personas. Por eso Cristo viene a dar plenitud a lo anunciado por el profeta Isaías; por eso con palabras sencillas pero llenas de contenido, señala en qué consiste la misión de quien quiera ser su discípulo: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” (Mt. 5, 13-14). La sal no solo da sabor y consistencia a los alimentos, sino que también era un símbolo de la sabiduría divina; la luz por su parte, además de ser la primera obra de Dios en la creación (Cfr. Gn. 1, 1-5), es también símbolo de la misma presencia de Dios. Pues los seguidores de Cristo han de ser sal y luz de la tierra, deben mostrar a todos la sabiduría y la presencia misma de Dios. Pero, igual que el profeta, Jesús, vuelve a unir el tema de la luz con el tema de las buenas obras, las obras del amor, de la caridad: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos” (Mt. 5, 16).

No se puede pensar en la luz de la fe y olvidar las obras de amor en favor del prójimo, como escribía Benedicto XVI: “En Dios y con Dios, amo también a las personas”, incluso aquellos que no me agradan o ni siquiera conozco. Porque, “si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser solo piadoso y cumplir con mis deberes religiosos, se marchita también la relación con Dios” (Dios es amor, n. 18).

Si la sal da sabor, ese sabor es el amor, que en nombre de Cristo, el buen creyente comparte con los demás. Y es en esa capacidad de amar, donde el buen cristiano debe mostrar diferencia respecto a no cristiano. Los cristianos no somos seres extraídos del mundo, sino insertados en el mundo, con el fin de que de verdad marquemos diferencia. Como creyentes, debemos evaluarnos continuamente, preguntándonos ¿Qué hemos hecho de bien para el mundo y qué más podemos hacer?

Con tristeza el IMDOSOC, publicó el resultado de un estudio donde concluye que, en el caso de México, ha bajado el porcentaje de católicos, lo cual debe preocupar a todos los que formamos la Iglesia Católica; pero eso no todo, pues lo peor es que también dice que muchos somos malos católicos. ¡Cómo se puede ser católico sin vivir una cercanía verdadera con Dios y sin asumir un serio compromiso ante las enormes carencias de nuestro pueblo! Por eso dice el profeta: “Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias, si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía” (Is. 58, 9-10); entonces serás, como dice Jesús, luz del mundo.

¡Que se vean las buenas obras!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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