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Vivir solo para nosotros nos aparta de Dios y de los demás



Vivir solo para nosotros nos aparta de Dios y de los demás

XXVI domingo del tiempo ordinario

Ante lo mucho que el dinero puede complicar la vida, Jesús ya había dado un excelente consejo: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo” (Lc. 16, 9). Pero ahora nos presenta una parábola donde un hombre no supo ganarse esos amigos, se trata de un rico que “se vestía de purpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día” (lc. 16, 19); mientras a su puerta yacía Lázaro, pobre, con llagas, deseoso de comerse lo que caía de la mesa del rico. Como lo presenta el desenlace de la parábola, al morir, el pobre fue llevado al seno de Abraham (al lugar de la gloria), mientras que el rico, por su parte, fue al lugar del castigo (cfr. Lc. 16, 20-22).

Con esta parábola, pareciera que el problema de la salvación está en el hecho de ser rico y para lograr la salvación se debe ser pobre; pero no es exactamente así. La diferencia no está en ser pobres o ricos, sino en ser sensibles o insensibles ante las realidades humanas, en abrir o cerrar el corazón a Dios y al prójimo. Como dice San Agustín: “La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo y su infidelidad” (Sermón, 24, 3).

El problema no fue que aquel hombre fuera rico, sino que solo pensó en “vivir para sí mismo”. La parábola no dice que haya adquirido sus bienes de modo ilícito o que él haya sido el culpable de la pobreza de Lázaro; sino que hace ver que cuanto tenía era para sentirse bien, encerrándose en sí mismo, sin abrir su mirada hacia los demás.

El rico, al verse en el lugar del castigo y al ver a Lázaro junto a Abraham en la gloria, hace dos peticiones: Una, “Padre Abraham, manda a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero la respuesta es: “Hijo, recuerda que en tu vida tuviste bienes y Lázaro en cambio males, por eso ahora él goza de consuelo, mientras tú sufres” (Lc. 16, 24-26). Y la otra petición: Manda a Lázaro que advierta a mis hermanos, para que no terminen igual que yo, pero la respuesta es: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto” (Lc. 16, 31). .

Las respuestas de Abraham nos dan luces muy importantes para nuestra vida. Primero: Hagámosle caso a Jesús, que nos dice que con los bienes ganemos amigos que cuando muramos nos reciban en el reino de los cielos. Esa decisión la podemos tomar ahora, pues después, en la otra vida, la distancia es muy grande entre la gloria y la lejanía de Dios. Y respecto a la otra respuesta: Qué importante es saber escuchar la palabra de Dios, que nos sensibiliza y nos esclarece el camino; por eso la indicación: allá tienen a Moisés y a los profetas, con lo cual se refiere a lo escrito en la historia de salvación, donde Dios busca y habla a su pueblo. No entenderemos el camino si no es con la ayuda de Dios mismo que nos ilumina con su palabra, especialmente con Jesús, que es la Palabra divina hecha carne.

Por otra parte, la riqueza del hombre epulón de la parábola representa no solo un hecho material, sino también otros aspectos, por ejemplo hay quienes se creen mucho pensando que lo saben todo y que su entender los coloca por encima de los demás e incluso eso les lleva a negar a Dios. Otros pueden también entender mal la religión y por tanto vivir equivocadamente su fe; por ejemplo hay quienes ponen un santo, otra persona o determinado simbolismo por encima de Dios, como lo acusa el profeta Amos (6, 1.), igual, hay quienes su fe está sustentada en supersticiones.

¡Que lo que somos y poseemos, libremente lo dispongamos para servir a Dios y a los demás! Ahí radica la grandeza del ser humano.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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