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Para llegar al Cielo se necesita tener los pies bien puestos en la tierra


Para vivir bien en la tierra se necesita vivir bajo un proyecto
que nos lleve a la gloria del Cielo

XXXIII domingo del tiempo ordinario

Jesús se encuentra en Jerusalén, su muerte está cercana, pero Él no deja de hablar con contundencia, tratando de abrir la mente del pueblo hacia los principios de la verdadera fe. En el campo religioso, la vida del pueblo gira en torno al templo de Jerusalén que está por concluir su reconstrucción, ante lo cual algunos ponderan la solidez de la obra y la belleza de las ofrendas que lo adornan (Lc. 21, 5). Más, al ver que absolutizan el valor del tempo, como si eso bastara para garantizar la pureza de fe, Jesús les anuncia una profecía: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido” (Lc. 21, 6), y efectivamente, en el año 70 d. c., el templo fue destruido. Se trata del final de una etapa en la historia de la salvación y el inicio de otra. Tiempo antes, ya le había dicho Jesús a la Samaritana: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca” (Jn. 4, 21-23).

En adelante, los templos construidos de piedra seguirán siendo un signo de la fe, pero en sí mismos no serán el sustento de la fe. Su valor religioso ahora les viene por ser el lugar del encuentro entre Dios y los verdaderos creyentes. Además, en adelante, el templo más sagrado será el corazón de cada creyente, consagrado por Dios el día del bautismo, que junto con la fe de los demás creyentes, le dan vida y significado al templo de piedra. Esta nueva era de la fe y de la salvación quedaría inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo, pues con su muerte redime todo lo que era caduco y con su resurrección da inicio a la vida nueva.

Pero al anuncio de la destrucción del templo de Jerusalén e inicio de la nueva era de la fe, Jesús añade otros elementos, con el fin de evitar confusiones: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”. Efectivamente, cuántos falsos profetas tocan a nuestras puertas para sembrar confusión y miedo.

Desde el inicio de la Iglesia, muchos pensaban que la consumación final de los tiempos era algo inminente, que llegaría de un rato a otro, que incluso algunos decían que ya no era necesario ni siquiera trabajar. De ahí la molestia y las reprensiones de San Pablo: “El que no quiera trabajar que no coma… ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada, y además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida” (2 Tes. 3, 10-11).

De verdad que la fe que nace del buen entendimiento del mensaje de Jesús nos ayuda a darle coherencia a toda nuestra vida, pues por una parte ayuda a unir lo terrenal con lo celestial, pues como dice el Concilio Vaticano II: “Las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios… Con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo” y actuando con responsabilidad facilita su salvación (G. S. nn 34 y 35). Pero además, el buen entendimiento del mensaje de Jesús, evita el fanatismo religioso, que hace huir del mundo, como si la fe dispensara de las responsabilidades terrenas, como lo reprocha San Pablo.

En definitiva: Para vivir bien en la tierra se necesita vivir bajo un proyecto que incluya las posibilidades más altas que solo Dios puede ofrecer, aquellas que inspira y siembra en lo profundo del corazón humano, ahí donde a Él le gusta vivir; pero igual, para llegar al Cielo se necesita tener los pies bien puestos en la tierra, asumir las responsabilidades personales y sociales propias de esta vida.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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