Home » » A los ojos del mundo, qué poco atrayente se vuelve la vida de Jesús

A los ojos del mundo, qué poco atrayente se vuelve la vida de Jesús



A los ojos del mundo, qué poco atrayente se vuelve la vida de Jesús

XXXII domingo del tiempo ordinario

En tiempos de Jesús, los saduceos eran un grupo pudiente, compuesto de una élite religiosa, política y económica, sus estrategias se basaban en la búsqueda del poder y en las alianzas políticas; era un grupo que le convenía al mismo imperio romano, pues mantenían un control sobre el pueblo. Desde sus perspectivas, la grandeza de una persona se medía por la descendencia y por los bienes, por la imagen, el nombre, la fama y el poder terrenal. Su parte religiosa está ligada a la ley de Moisés, pero no creen en la resurrección de los muertos.

Desde la mentalidad de los saduceos, Jesús está a punto de quedar en la nada, pues se encuentra en Jerusalén y por tanto se acerca la hora de su muerte, la cual están tramando los mismo saduceos, en conjunto con otros grupos. Jesús va a morir sin dejar ni hijos ni propiedades; además, al morir en la Cruz va a quedar rebajado al grado de los criminales, por lo que su buena fama va quedar borrada; en ese sentido el mismo Jesús será una reafirmación de su teoría, pues para qué sirvió tanta sabiduría y los grandes milagros si en el mundo no está dejando una huella que le haga trascender.

Tratando de ridiculizar a Jesús, los saduceos le presentan la parábola de la viuda que se casó siete veces sin dejar descendencia, a lo cual preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete se casaron con ella?” (Lc.20, 29-33). Se trata de la ley del levirato, que de acuerdo a su visión de la vida, asegura dos cosas: primero, reafirmar la importancia de la descendencia, por eso al morir el primero hermano, los demás buscan dar descendencia a su hermano; segundo, esa ley procuraba el cuidado de las cosas materiales, pues al quedar sola la mujer todos buscarían aprovecharse de la herencia; por eso los hermanos del difunto se casaban con la viuda para que la herencia no quedara en manos de otros. Pero de paso, con esta parábola, niegan la resurrección de los muertos.

Pero Jesús, como siempre, aprovecha para darle una lección extraordinaria, mostrando una vez más que la sabiduría de Dios está muy por encima de los criterios humanos: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios” (Lc.20, 34-36). Bien decía Benedicto XVI que la vida eterna no es solo como una extensión de ésta, no es como eternizar lo que aquí somos (Salvados en la esperanza). Aquí la vida se lleva y acomoda de acuerdo a unas necesidades, pero en la vida eterna el ser humano queda libre de toda necesidad. Y en cuanto a la resurrección, aprovechando que los saduceos sí creen en la ley de Moisés, Jesús les dice: “En cuanto que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven” (Lc.20, 37-38). Los signos prodigiosos que Dios ha obrado en favor del pueblo elegido y de los patriarcas, se convierten en el signo contundente de que los logros se le deben a Dios, antes que a las capacidades humanas.

Los saduceos dominan los criterios humanos, pero desconocen la sabiduría de Dios, por eso Cristo acepta la muerte, sabiendo que eso le dará la oportunidad de resucitar y mostrar así el poder de Dios, que no solo da la vida, sino que también es capaz de rescatarla y rescatarla para la eternidad.

La muerte se vale de los engaños del mundo, haciéndonos creer que la grandeza humana consiste en dejar aquí una huella duradera de nosotros mismos. Pero la muerte redimida por Cristo, consiste no tanto en dejar algo material que nos perpetúe aquí, sino en abrirnos al encuentro, al don de la vida que no se acaba, en prepararnos para contemplar al Señor de la vida.

Cristo no dejó ninguna herencia material, sino la herencia del amor que da vida, por eso su trono es cada corazón. Del corazón del creyente resurge cada día el buen entendimiento de la vida y surge el deseo de vivir para siempre; de vivir en el amor de Dios que nos abre a la eternidad.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Comparte este articulo :

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Soporte : Diocesis de Celaya | OFS en Mexico | Sacerdotes Catolicos
Copyright © 2013. Padre Carlos Sandoval Rangel - Todos los Derechos Reservados
Sitio creado por Pastoral de la Comunicacion Publicado por Sacerdotes Catolicos
Accionado por El Hermano Asno