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Domingo mundial de las misiones



Domingo mundial de las misiones

Celebramos el domingo mundial de las misiones, donde los que formamos la Iglesia renovamos un compromiso divino: “Trabajar para que todos los hombres se salven”. Como decimos en el Salmo de este domingo: “Que todos los pueblos conozcan tu bondad”; pues, en esencia, en eso consiste la salvación: En conocer la bondad de Dios y aprender a vivir en ella. Se trata de la bondad que transforma al ser humano desde lo más íntimo.

Para la Iglesia, compartir la buena nueva de la salvación no es una opción, pues para eso fue constituida y para eso fue enviada: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer se condenará” (Mc. 16, 15). Con la consigna de esa misión, los apóstoles, que eran la Iglesia naciente, “fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes” (Mc. 16, 19); así fueron cimentando la fe en diversos lugares, y así ha sido el ritmo de la Iglesia a lo largo de la historia, cada vez enfrentando las circunstancias ideológicas y religiosas del tiempo.

Hoy la Iglesia, con profunda fe y obediencia, retoma el mandato divino de compartir esta riqueza con el mundo actual, sobre todo con aquellos sectores más necesitados de Dios: Desde luego sigue habiendo pueblos que no han recibido el mensaje de salvación y hasta allá van misioneros que en nombre de todos nosotros comparten la buena nueva. Pero la Iglesia ve igual con preocupación muchos sectores de personas que no se han dado la oportunidad de experimentar la alegría de creer en Dios, personas que han sido seducidas por el materialismo, los falsos placeres, las adicciones y tantas otras provocaciones, generando profundos vacíos e insatisfacciones en su corazón; otros viven desde una fe solo superficial, con el riesgo siempre de ser confundidos; muchos abiertamente ven lo sagrado como algo impropio, algo inadecuado, no como una verdadera opción de vida. Estas realidades representan lo que el Papa Francisco llama las periferias existenciales, a las cuales la Iglesia tiene la obligación de acercarse para compartir la bondad del amor de Dios. Todos estos síntomas de la pobreza humana y cristiana, propios de nuestro tiempo, son parte de las causas del ambiente controvertido que nos ha tocado vivir.

Con angustia el Beato Juan Pablo II decía que Europa se convertía nuevamente en tierra de misión, pero ahora nosotros podemos agregar que por desgracia no solo Europa, sino también América Latina necesita una re-evangelización, como ya lo señalaron los obispos en la asamblea de Aparecida en el 2007.

“En este nuevo contexto social, la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja” (Aparecida 36), esto debido a que la inercia actual nos jala, muchas veces, a ver la vida de una manera fragmentada, a veces solo dinero, o solo poder, o solo ciencia, o solo placer, mientras que el ser humano es algo integral; de hecho, así es como lo presenta Cristo, pues Él nos conduce a una sana valoración de nuestro ser; desde Él todo tiene un adecuado significado, por eso vino a iluminar la totalidad de nuestra vida.

El ser humano busca soluciones, respuestas, felicidad, cosas nuevas, y a pesar de que hoy hablamos de un enorme desarrollo y un sin fin de oportunidades, el corazón de muchos parece no encontrar plena satisfacción en nada; pero el ejemplo de San Agustín y de tantísimas personas más nos recuerdan que por muy grande que sea la búsqueda, el corazón solo descansa hasta que encuentra a Dios. Dios es el tesoro que debemos compartir; esa es la dicha y la alegría que a muchos nos ha ayudado a vivir con sentido claro, es lo que estamos llamados a contagiar a aquellos que viven tristes, desesperados y sin rumbos seguros. Como dijo el Papa Benedicto XVI: “Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano”.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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