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Y para ti ¿quién es Jesús?


XII domingo del tiempo ordinario

En las preguntas que Jesús hace a los apóstoles en el evangelio: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, y luego: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” (Lc. 9, 18-20), entre otras cosas, podemos advertir dos intenciones fundamentales: primero, Jesús quiere cerciorarse si efectivamente ya han ubicado su verdadera identidad, y segundo, introducir a los apóstoles en una etapa nueva: La comprensión del “modo” como Él debe cumplir su misión de Mesías, así como las implicaciones para quienes quieran ser sus discípulos. La primera, parece ser que se va cumpliendo: “Tú eres el Mesías de Dios” (Lc. 9, 20), le dice Pedro; es decir, entendemos que eres el Enviado, el Salvador; no eres un profeta más, sino el Hijo de Dios que viene para salvarnos. Pero, para Jesús, ahora hay que trabajar mucho, pues no basta que sepan que es el Mesías, sino también es fundamental que entiendan el modo de ser Mesías, lo cual implicará demasiadas dificultades.

En efecto, creer de modo acertado en Jesús, el Hijo de Dios, no es tarea sencilla, pues la fe misma está expuesta a tentaciones que no son fáciles de vencer. Muchas veces el problema en torno a la fe no gira ni siquiera en el hecho de creer o no creer, sino más bien en el modo de creer. De hecho, por naturaleza, el ser humano siempre tiene una tendencia hacia Dios; por eso todo mundo cree en algo, de ahí que Nietzsche, uno de los más grandes ateos de la historia, criticaba a otros ateos como Marx y Feuerbach diciendo que eran hipócritas y convenencieros, pues negaban a Dios pero se había construido otros dioses. Pero no basta creer en algo.

La fe desde luego puede nacer desde una necesidad espontanea que nos abre a creer en algo o en alguien, puede surgir también como una necesidad de buscar respuestas a determinadas necesidades; pero la fe que Cristo nos propone va mucho más allá, pues no se queda en respuestas a lo naturalmente espontaneo, ni es la solución exclusiva de necesidades inmediatas, sino la respuesta a la necesidad de realizarnos como personas en plenitud y de modo integral.

La fe como algo espontaneo, naturalista y con tintes inmediatistas, sin dar una respuesta a las necesidades existenciales más profundas del ser humano y sin ofrecer una realización plena, con un verdadero sentido de trascendencia, siempre será una fe limitada, donde terminamos sintiéndonos traicionados, esa es la fe que cansa. Por eso Jesús de inmediato les empieza a advertir a los apóstoles sobre el camino que seguirá como Mesías: “El camino de la Cruz y la Resurrección”. “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho… que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”. La Cruz se convertirá en la sede del amor, pues ahí nos muestra que nos ama tanto, que da su vida por nosotros, con tal de pagar la deuda que adquirimos por el pecado. Por su parte, con la Resurrección nos mostrará hasta dónde puede llegar la trascendencia humana cuando se sigue el camino del amor.

Sin un amor así, capaz de la donación total, la vida del hombre siempre resultará incomprensible. Por eso el camino de la fe, que Él traza y por el único en el que podemos seguirlo, consiste en el camino de la Cruz: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”. Sin un amor así ¿cómo podrían mantenerse fieles y felices los matrimonios? ¿Cómo un sacerdote podría servir con alegre generosidad a sus feligreses? ¿Cómo podría un profesionista santificar su vida en el servicio a los demás? etc.

Qué difícil es entender la vida desde el misterio de la Cruz, pero también qué triste no entenderla desde ahí. Creer desde la profundidad del amor no es fácil, sin embargo es la única manera legítima de creer.

Señor: ¡Háblale a mi mente y a mi corazón y explícales quién eres y de qué modo debo creer en ti¡

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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1 comentarios:

  1. el sufrio por mi y cargo mis culpas y me invita a que cada sufrimiento prueba castigo despresio el lo sufrio por mi es justo y nesesario que me acuerde lo que iso por mi

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