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Solo la fuerza de la Palabra Divina tiene el poder de erradicar la miseria humana


III domingo del tiempo ordinario

Las lecturas de este domingo nos permiten meditar sobre la fuerza que tiene la Palabra de Dios, desde la cual cada persona o pueblo puede caminar con firmeza o igual reconstruir su vida, cuando ha caído en equivocaciones, pues las propuestas divinas son siempre seguras. Cuando el pueblo de Israel regresó del destierro, Esdras lo reunió en la plaza para proclamarles la Palabra de Dios, el libro de la ley, ante lo cual todos lloraban y alababan a Dios. Para el pueblo se cruzaban diversos sentimientos, pues por una parte agradecen que Dios les permita volver a escuchar su palabra, que les da esperanza y seguridad, pero a la vez se lamentan de haber tantas veces ignorado dicha palabra. Ahora entiende cómo desde las enseñanzas divina podrán reconstruir su comunidad.

Por su parte el Evangelio nos muestra el inicio del ministerio de Jesús, el cual asiste el sábado a la sinagoga de su pueblo, Nazaret; ahí toma un pasaje del profeta Isaías que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” y concluye: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír” (Lc. 4, 18-21). Jesús viene para iniciar un camino de reconstrucción de la humanidad, por eso anuncia una liberación que parte de las realidades más miserables, expresadas en cuatro imágenes: Los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos; presentes en todo el mundo, en todos los tiempos. Si su palabra llegará a todo corazón, especialmente al de aquellos que tienen responsabilidades decisivas en la sociedad, la humanidad se iría regenerando a pasos agigantados y rápido quedaría atrás tanta miseria.

El mensaje de Cristo siempre es liberador, por eso tiene la capacidad de romper toda división como lo presenta San Pablo: en Cristo ya no hay separación entre judío o no judío, entre esclavos y libres (cfr. 1 Cor. 12, 13). Por algo Juan Pablo II insistió tanto en recuperar las raíces cristianas de la cultura occidental, que cada vez se confía demasiado al poder material y se aleja de los principios universales que humanizan y hermanan los pueblos, valores cimentados en los criterios del Evangelio.

Pero la fuerza de la fe que emana de la Palabra divina queda constatada no solo en la revelación bíblica, sino también en el caminar de muchos pueblos. La historia nos muestra lo fuerte que es un pueblo cuando le une la fe y, a la vez, lo débil que se vuelve cuando se aparta de Dios. Quiero hace mención de dos naciones: México y Polonia. México, en su corta historia, ha vivido pasajes muy dolorosos: invasiones, guerras civiles, una persecución religiosa emprendida por el mismo gobierno, saqueos y fraudes de sus mismos gobernantes, etc., y la pregunta de muchos es: ¿por qué a pesar de todo, este país se ha mantenido en pie? La respuesta es obvia, lo ha sostenido la fuerza de la fe de su gente. Polonia, por su parte, siempre fue un país invadido y acosado, pues es el paso entre la Europa bizantina y Europa occidental, que en diversos momentos han tenido conflictos; pero ¿qué mantuvo en pié a Polonia cuando la hacían sándwich el ejército rojo y el ejército nazi, queriéndola borrar del mapa? La fuerza de la fe. Pero lo más grave, tanto México como Polonia, hoy sufren un deterioro social interno, efecto de un relajamiento moral que atenta contra la fuerza de la fe y de la familia.

Solo Dios tiene Palabra de vida eterna, solo en Él podemos encontrar la vida verdadera.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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