Home » » Abramos nuestro corazón a los signos de Dios

Abramos nuestro corazón a los signos de Dios


II domingo del tiempo ordinario

Que duro cuando en los momentos difíciles de la vida pareciera que Dios se calla, cuando parece que nuestros ruegos son insignificantes para Él. Así vive a veces el encarcelado; el que ha perdido su trabajo y parece que todos le cierran la puerta; así sucede cuando la enfermedad llega a la familia y como que no se les encuentra fin; cuando se tiene hambre y carece la comida; en general, es la angustia en tantas situaciones apremiantes de la vida. Pues todavía era más dura la situación del pueblo de Israel en el destierro; estaban sometidos a otro pueblo que los tenía como esclavos y no solo pensaban que Dios los había abandonado, sino que los mismos opresores les impedían alabar al Dios verdadero. Además, su ciudad, la gran Jerusalén, símbolo religioso y político, había sido destruida y ocupada por los enemigos. Humanamente el pueblo de Israel no tenía ninguna posibilidad de recuperar su identidad, ni su libertad. Pero, a pesar de todo, es ahí donde más atentos debemos estar a los signos de Dios.

Es ahí donde surgió el profeta Isaías para anunciarles: “Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha… será corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano… ya no te llamarán Abandonada, ni a tu tierra Desolada, a ti te llamarán mi complacencia y a tu tierra, Desposada…” (Is. 62, 1-4).

El anuncio de una época nueva se empieza a cumplir, a poco tiempo, cuando el rey Ciro no solo permitió al pueblo regresar, sino que incluso les ayudó a reconstruir Jerusalén. El pueblo volvió a poner su esperanza en el Señor. Pero el anuncio del profeta, no se refería solo a esa respuesta divina inmediata, sino que era también el anuncio de la liberación definitiva que un día ofrecería el Mesías, Jesús. Se construía un camino nuevo que no solo conducía hacia Jerusalén, sino hasta Cristo. Se estaba reconstruyendo no un camino físico, sino el mejor de todos, el camino de la fe y la esperanza.

De ahí el enlace que la liturgia nos hace entre el anuncio del profeta y el pasaje de las bodas de Caná. Cristo se hace presente en las bodas de Caná, donde empieza a manifestar la gloria de Dios y a reconstruir el camino de la fe. Ante la angustia porque en la boda se acaba el vino, aparece la figura de María Santísima que siempre nos dice dónde ésta el camino. Jesús es el camino, por eso la indicación de María: “Hagan lo que Él les diga” (Jn. 2, 5).

El profeta Isaías, sin saber en concreto cómo, abría al pueblo a la esperanza de un camino nuevo; María, por su parte, nos presenta en el evangelio a quién es ese camino nuevo, su Hijo. María nos induce a Jesús, en quien quedan superados los elementos viejos; por eso en adelante ya no importan las tinajas de las purificaciones, ahora importa el vino nuevo del amor y la gracia, que Cristo nos ofrece con su obra redentora. El camino de la libertad ya no nos lleva a una ciudad terrenal, a la Jerusalén terrenal, sino a la Jerusalén celestial, a la Casa del Padre en gloria del Cielo.

Que nuestra indiferencia y nuestras tibiezas no nos impidan contemplar los tantos signos de la presencia de Dios, los cuales nos ayudan a recorrer con firmeza el camino de la fe. No advertir la presencia de Dios fue lo que llevó al pueblo al destierro, se hizo esclavo por sus infinitas equivocaciones; pero también el alejamiento de Dios sigue siendo la causa fundamental de los signos de la muerte en el tiempo presente.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Comparte este articulo :

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Soporte : Diocesis de Celaya | OFS en Mexico | Sacerdotes Catolicos
Copyright © 2013. Padre Carlos Sandoval Rangel - Todos los Derechos Reservados
Sitio creado por Pastoral de la Comunicacion Publicado por Sacerdotes Catolicos
Accionado por El Hermano Asno