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¿Qué diferencia hay entre un cristiano y un no cristiano?


IV domingo del tiempo ordinario

Una persona jamás será entendida por los demás, ni se entenderá a sí misma, mientras no sea valorada desde aspectos fundamentales como su identidad, su dimensión social, su trascendencia, su vocación y otros más. Sin estos aspectos la persona continuamente es reducida a situaciones solo circunstanciales y a veces convenencieras. A este modo reducido de valoración fueron sometidos los profetas y el mismo Jesús, y lo siguen siendo personas del tiempo presente.

En este sentido aparece el Profeta Jeremías que ante las circunstancias hostiles que le toca enfrentar, Dios reafirma su misión como algo sagrado y querido por Dios mismo: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones… No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante” (Jr. 1, 4ss). Su identidad no es la de una persona que se le ocurre hablar desde su perspectiva personal, sino que es un verdadero profeta que habla en nombre de Dios, para bien del pueblo, a pesar de que su mensaje sea objeto de contradicción y muchas veces caiga de peso.

Jesús, por su parte, es el Profeta definitivo. Pero San Lucas (4, 21ss) nos presenta a un Jesús que ha bajado a su pueblo y que en la sinagoga se encuentra con dificultad para posesionar su identidad. En la región se ha hecho famoso por sus milagros, por lo cual también sus paisanos esperan que haga milagros en su tierra. Nazaret era un pueblito no muy famoso, pero ahora en muchos hay una aspiración muy propia: Que bueno que uno de los nuestros hace milagros, pues así no solo tendremos quién nos cure, sino que además esto hará famoso a este pueblo, sin lugar a duda vendrá mucha gente y por qué no pensar, incluso, en derramas económicas. Pero la identidad de Jesús va mucho más allá, Él no es un simple curandero, ni su vocación puede quedar encerrada a un pequeño territorio. De ahí el juicio de los suyos: “¿No es este el Hijo de José?”; cómo es entonces que ahora nos sale con palabras de sabiduría. “Eso no es lo que esperábamos”.

Jesús es el Salvador del mundo, el Profeta de Dios, la Palabra divina que trasciende las circunstancias espacio-temporales, por eso sus palabras: “Me dirán el refrán: médico cúrate a ti mismo y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Y añadió: Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”. Y alude a la universalidad de los profetas: a Elías que curó a una viuda en Sarepta, tierra extranjera, a Eliseo, que curó a Naamán, un sirio y no israelí; indicando así que nadie es extranjero en el reino de Dios, el profeta es para todos.

La identidad de Jesús no puede ser reducida a la de un curandero de pueblo; Él es el Profeta que quiere reestructurar la visión de la vida, de la humanidad entera. Por eso algo central en su ministerio será “el anuncio del Reino”, que consiste en permitir que Dios sea parte de nuestra historia, de nuestros proyectos, de nuestras visiones, es permitir que Dios siembre en nuestro corazón y nuestra mente las buenas semillas de la fe, la esperanza y el amor.

Pero en la identidad de Cristo se fundamenta también nuestra identidad de cristianos, la cual es presentado por san Pablo a los corintios: “Voy a mostrarles el camino mejor de todos” y señala el don del amor como el camino que supera y da sentido a cualquier otro carisma. “Si no tengo amor, nada soy” (1 Cor. 12, 13-13,13).

Un periodista italiano, Tiziano Terzani, quiso entrevistar a la Madre Teresa de Calcuta, pero antes de preguntarle cualquier cosa, la Madre lo vio fijamente y le preguntó a Él: “¿Y usted qué ha hecho por Cristo?” Respondiendo esa pregunta, podemos responder también nosotros de modo personal ¿cuál es la diferencia entre un cristiano y un no cristiano? Podemos responder de modo personal: ¿cuál es mi identidad?

¡El camino mejor de todos es el amor, es el camino que el mundo tanto necesita!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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