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Silencio, para que resurja la humanidad


Segundo domingo de Adviento

Kierkergaard, filósofo danés de finales del siglo XIX, señala que el mundo está enfermo, que la condición de la vida humana, no goza de buena salud; a lo que nosotros fácilmente podemos añadir: dicha enfermedad se ha ido intensificando. Pero el filósofo agrega que si él fuera médico y le preguntarán qué sugiere, responde: “Guardar silencio”. El mundo, la humanidad, necesita silencio. “Haz que los hombres se callen. La Palabra de Dios no puede ser escuchada así”.

Efectivamente, tenemos a la mano la sabiduría más excelsa, la Palabra de Dios, que nos ayudaría a entendernos y a encontrar los caminos de la verdadera libertad, del auténtico progreso humano, pero cómo vamos a asimilarla en medio a tanto ruido. Necesitamos un cambio de mentalidad, necesitamos redescubrir la belleza del ser humano, pero cómo podríamos lograrlo si no nos damos tiempo para pensar, para reflexionar, cuando estamos saturados de cosas y de ruidos. El remedio no lo descubrió Kierkergaard, pues en realidad es la propuesta que, desde siempre, Dios nos ha hecho. Cada uno de los profetas, de los patriarcas, de los grandes pensadores y de los grandes transformadores de la historia han sido gente de silencio, de reflexión, de análisis; personas, sin duda, con un toque especial de Dios.

El bautista, como lo presenta el evangelio, retoma el método del silencio: “Vino la Palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías” Lc. 3, 2). La tradición bíblica nos presenta el pecado, los errores humanos, como un no prestar oído a la Palabra, como una ruptura a la amistad con Dios. La enfermedad actual de la humanidad tiene como una de sus causas fundamentales la desobediencia, la no escucha, la cerrazón a los principios básicos de la vida humana (cfr. Benedicto XVI, Verbum Domini, 27). Mientras que por el contrario, la atención a la Palabra de Dios, esclarece las confusiones.

El bautista va al desierto a preparar el camino; lo hace desde ahí porque ahí solo hay espacio para lo esencial, ahí no podemos cargar cosas de más pues nos estorban, ahí el silencio es obligatorio; solo así fue asimilada plenamente la Palabra de Dios. Esa Palabra que resonó partiendo del silencio del desierto hizo posible esclarecer la vida para muchas prostitutas, servidores públicos, líderes religiosos y tantos más, que se convirtieron, que encontraron el camino hacia Dios.

Si queremos que el mundo sea diferente, necesitamos como dijo Kierkergaard y como lo hizo el Bautista: “Guardar silencio”. Por desgracia, hoy el ruido, para muchos se ha convertido en una nueva adicción. Necesitamos aplanar las montañas de la pereza, la indiferencia, el orgullo y la vanidad, pues ahí se anidan tantos elementos que nos estorban, que nos pesan y hacen fatigosa la vida. Necesitamos que la Palabra encuentre un camino nuevo, que ya no va del desierto al Jordán, sino de la mente a la voluntad. Si la Palabra toca nuestra voluntad, nuestras decisiones serán cada vez diferentes.

Este es el camino del adviento, es el camino que nos lleva a Dios, que quiere y puede hacer nueva la vida.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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