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Necesitamos vivir el “aquí y el ahora”, según Dios


Primer domingo de adviento

Hay un hecho que no podemos desconocer: “El fin del mundo” o en términos cristianos la llamada “consumación de la historia”, es algo que tarde o temprano va llegar; simplemente, este mundo no es eterno. Esto desde luego causa diversas actitudes y reacciones. Para unos, los que no han entendido la fe como un proyecto de vida, el fin del mundo provoca miedo, pues los fenómenos que se describen no son nada alentadores: “En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán” (Lc. 21, 25-27).

Hay un criterio actual que para muchos se ha vuelto regla de vida: “Vive el aquí y el ahora”, para qué te preocupas de lo que todavía no llega. Ese “aquí y ahora” implica: haz lo que te haga sentir bien, lo que te reditúe materialmente, busca los resultados inmediatos y satisfactorios. Es un modo de pensar que no da mucho espacio a un sentido trascendental de la vida y por tanto tampoco da lugar a la interioridad personal, como si lo inmediato, lo sensible, lo material, lo fuera todo. Desde esas dimensiones es difícil enfrentar las variantes más significativas de la vida. De ahí el presagio que presenta el evangelio: “La gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo”.

Pero para el que tiene su confianza en Dios, la consumación de la historia debe ser totalmente diversa, pues sin minimizar las situaciones y los fenómenos anunciados, podrá levantar la cabeza, sabiendo que “se acerca la hora de su liberación” (Lc. 21, 28). Enfrentará la situación bajo el deseo de ver venir al Hijo de Dios con gran poder y majestad. El creyente también vive el “aquí y el ahora”, pero no es sólo el “aquí y el ahora” del comer, beber, vestir, trabajar, etc., pues por encima de todo vive el aquí y ahora de la presencia de Dios, mostrada en su Hijo amado, Jesucristo. El creyente vive en el mismo mundo del no creyente, pero la fe le permite entender y enfrentar el mundo desde otras perspectivas, le permite dar un significado más justo a la vida, las cosas y sobre todo a las personas.

El mandato de Jesús es: “Velen, pues, y hagan oración continuamente…” es decir, cuídense de que su mente y su corazón no se emboten, pues eso apagaría su esperanza. Eso nos llevaría a vivir sólo bajo la dinámica de esperanzas cortas que se cumplen y no llenan la grandeza del corazón. Nosotros necesitamos una esperanza que lo llene todo. Para qué clavar toda la mirada en lo mero terrenal, pudiendo levantarla hasta lo más alto. Para el no creyente los signos portentosos significarán el terrible final, para el creyente, tales signos, serán el anuncio de la victoria definitiva; no porque vea el mundo terrenal como algo malo, sino porque el mismo mundo también espera su consumación gloriosa.

Permitamos que en este adviento nuestra mirada vuelva a dirigirse a lo más alto, a Dios mismo, por eso le decimos en el salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y Salvador y tenemos en ti nuestra confianza” (Ps. 24).

Pbro. Carlos Sandoval R.
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