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La caridad y la justicia no son algo opcional


Tercer domingo de adviento

Ante la sentencia del bautista de que “todo árbol que no de fruto será cortado y arrojado al fuego” (Lc. 3, 9), de inmediato la gente acude a él para preguntar: “¿qué debemos hacer?” (Lc. 3, 10), mostrando así la disponibilidad y el buen entendimiento de que la conversión no se reduce a un cambio de mentalidad sino que debe concretarse en un cambio de conducta. Juan el bautista, sin más, responde: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo” (Lc. 3, 11); adelantando así el nuevo camino del creyente, que consiste en vivir la caridad. De ahí que Cristo más tarde subrayará la caridad como el distintivo, como el mandamiento que resume toda la ley y los profetas.

Desde luego, abundan los comentarios en torno al tema de la caridad, subrayando siempre que ésta está por encima de cualquier virtud y que sin ella todo lo demás pierde simplemente su significado. Con razón y fuerza señala San Basilio: "Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón, si pudiendo ayudar no ayudas". “Ese abrigo, esos zapatos que guardas en tu baúl y que no usas, no te pertenecen, le pertenecen a quien tiene frio y a quien está descalzo”. Por su parte San Gregorio Nacianceno, hablando precisamente sobre el amor a los pobres, nos dice: “Nada emparenta más al hombre con Dios como la facultad de hacer el bien”. Lo quiere decir que la caridad no es algo opcional, ni mucho menos debemos verle como una carga, sino como una gloriosa oportunidad de ganar lo más grande que es la amistad con Dios y en consecuencia la dicha de participar de sus bondades incluyendo desde luego el reino de los Cielos.

Pero Juan el bautista sigue abundando en sus respuestas sobre el ¿qué hacer para dar frutos? Y se dirige a los publicanos, cobradores de impuestos: “No cobren más de lo establecido” y a los soldados: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario” (Lc. 3, 13-14). Los pecados humanos pueden ser de omisión y así faltar a la caridad; pero pueden ser también de acto y por eso tantas injusticias. En realidad, a veces no es fácil vencer las tentaciones, pero eso acarrea comúnmente un sin fin de injusticias humanas: cuánta gente se enriquece por ejemplo de modo ilícito a costa de los más débiles; cuántos avanzan con más soltura en cualquier proyecto por el hecho de tener más influencias.

En el campo de impartición de justicia cómo me hace eco esa frase que se encuentra en la entrada del penal en Guanajuato: “Ni somos todos los que estamos, ni estamos todos los que somos”; porque en realidad cuántos pueden estar en un penal sin deberla ni temerla, simplemente porque en realidades complicadas, como dice la frase popular, debe haber un chivo expiatorio. Pero nosotros por diversas vías, de modo directo o indirecto y en diverso nivel, de cuántas injusticias podemos ser cómplices y quedarnos como si nada pasara. La injusticia puede darse a veces hasta en el modo de tratar a los demás, cuando no lo hacemos de modo correcto, cuando no correspondemos a nuestras responsabilidades y en tantas situaciones más.

El adviento es de verdad un camino nuevo y sí implica una exigencia en la conducta, concretizada en este, caso en, la caridad y la justicia. Necesitamos orar, pues nuestra vida se sustenta en Dios, pero eso no basta, también necesitamos actuar, por eso decía Santa Teresa: “Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración y muy encapotadas cuando están en ella… y piensan que ahí está todo el negocio… no hermanas, no; obras quiere el Señor” (Las Moradas, V, 3).

El Señor nos podrá disculpar muchas faltas de atención a Él, pero nunca nos pasará el que dejemos de practicar las obras de misericordia; por eso el día del juicio los que hicieron el bien serán llamado benditos y sentados a la derecha, mientras que los que no hicieron el bien serán rechazados y apartados a la izquierda.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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