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Que te adoren Señor todos los pueblos


Fiesta de la Epifanía

Dios es bueno y en su infinita bondad, a través de su Hijo, ha venido a nuestro encuentro, ha venido para ser un Dios cercano que nos quiere conquistar con su amor, así lo estamos celebrando en este tiempo de navidad. Y como dice el Papa Benedicto, haciendo eco a la carta a los Efesios, en esto radica la diferencia de nuestra fe respecto a otras religiones, pues mientras los demás conciben a sus dioses como lejanos y castigadores, nosotros lo concebimos cercano y amoroso (cfr. Deus Caritas Est).

Mientras muchos pueblos antiguos concebían sus dioses circunscritos a un territorio, por eso la necesidad de conquistar cada vez nuevos territorios con el fin de que sus dioses ampliarán su dominio territorial; el nuestro es un Dios universal que, sin violencia, va más allá de las razas y culturas, como queda manifestado en la fiesta de hoy, la fiesta de la epifanía o de los Magos. Según dice la tradición y de acuerdo a los dones que portan, se trata de personajes que representaban a las razas conocidas en el tiempo. Israel fue el pueblo predilecto por Dios, escogido para que a través de él viniera el salvador del mundo, pero muchos israelitas, contagiados por las visiones limitadas de otros pueblos, respecto sus dioses, muchas veces quiso también limitar a Dios. Pero Jesús de inmediato rompe con esos parámetros, por eso la importancia de la fiesta del día de hoy, la Epifanía, que nos pone en claro que Dios es un Dios para todos.

Dios es un Dios bueno, accesible para todos, que a pesar de nuestra miserias humanas, Él nos comparte lo más sublime de su ser, con la intención de ayudarnos a crecer y de hacer surgir el verdadero humanismo, centrado en el mandamiento nuevo: “Que se amen los unos a los otros como yo los he amado”, lo cual coloca a toda persona por encima de cualquier diferencia cultural, económica, racial o geográfica. De ese modo la presencia del niño Jesús en el pesebre y el reconocimiento que le hacen los magos, representando las diversas razas, marca el inicio de un camino nuevo que acerca no solo al hombre con Dios, sino también al hombre con el hombre. Dios viene para marcarnos el camino, ahora solo falta la decisión de cada uno de nosotros, de cada persona concreta.

Bien podemos acercarnos al pesebre como los magos para decirle: te reconozco como mi rey, de ahí el oro, por eso te pido que me ayudes a entender las leyes de la vida; te reconozco como mi Dios, de ahí el incienso, por eso te pido que me perdones, y te reconozco como hombre, de ahí la mirra, por eso te pido que me abraces y me consientas ante mis debilidades. Que el miedo y las inseguridades no me acobarden y alejen de ti como sucedió con Herodes, que mi mediocridad y falta de fe no me dejen lejos de tu amor como sucedió con los sumos sacerdotes y escribas de Jerusalén.

Igual que Herodes y que las autoridades religiosas de Jerusalén, muchos viven lejanos de Dios no por una incapacidad para creer, pues la fe la da Dios, basta que le abramos un poquito el corazón; la principal lejanía es a causa del conformismo, la soberbia, la ignorancia y los miedos que brotan del corazón. Dios no nos quita nada, solo nos capacita para amar, que es la clave de la vida.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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