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Que el Espíritu Santo nos dé un corazón libre para amar

Fiesta de Pentecostés

Originalmente, la fiesta de Pentecostés se celebraba siete semanas después de la pascua, era una fiesta agrícola donde se daba gracias a Dios por las cosechas, después esta fiesta tomó un significado más, la conmemoración de la alianza del Señor y de celebración de la ley divina; este es el motivo por el que había tanta gente en Jerusalén. Y es así que Dios aprovecha para enviar al Espíritu Santo, como lo describen los hechos de los apóstoles, suscitando una serie de fenómenos del todo particulares, como los estruendos, las lenguas de fuego, el viento que irrumpe, el hecho de hablar diversas lenguas y más cosas (cfr. Hechos 2, 1-11).

¿Pero a todos estos fenómenos qué significado debemos darles? Son una expresión de la fuerza del amor divino que irrumpe en la Iglesia y en el Alma del creyente. Es la fuerza que mueve desde el interior para transformar. Aquellos fenómenos eran la expresión de una fuerza irresistible, de la universalidad de un acontecimiento y la profundidad de un hecho que va más allá de la ordinaria inteligencia humana. Cuando a los sacerdotes nos toca ser testigos de la conversión de una persona que parecía vilmente empedernida en el pecado, pero luego una sabia lo va suavizando hasta trasformar aquella persona en alguien de bien, no nos queda más que convencernos de que la gracia del Espíritu trabaja desde dentro. Cuando un misionero que tocado en su corazón, dejando la comodidad de su casa se va a la aventura de tierras lejanas llenas de hostilidades, nos preguntamos de dónde emerge esa fuerza y decisión, es la fuerza del Espíritu Santo. Así podemos poner infinitud de ejemplos, de lo que sucede cada día y que no tienen otra explicación sino la acción del Espíritu.

El Espíritu, según la promesa de Jesús, nos ayuda a comprender la verdad total, lo cual no significa que a Jesús le haya faltado contenido doctrinal o capacidad pedagógica para enseñar. Jesús en realidad lo dijo todo y Él mismo es la verdad plena venida de Dios, pero el Espíritu Santo con su fuerza mueve el corazón humano para hacerlo libre y tener así la disposición de atender las cosas más importantes de la vida. El corazón con el correr de la vida se va contaminando de malos sentimientos, de pensamientos equivocados, de planes muy superficiales, la vida se va complicando debido a malas decisiones, etc.; lo cual genera esclavitudes que nos hacen duros para entender. Es ahí donde el Espíritu mueve, actúa, trasforma, para crear la disposición a los dones más sublimes. Solo cuando el Espíritu hace libre el corazón, éste tendrá la capacidad plena para amar, ya que sin amor la vida se vuelve incomprensible e ingrata. Por eso el poder que da a los apóstoles y a sus sucesores para perdonar los pecados (Jn. 20, 23), debemos interpretarlo como el poder para reincorporar al que ha fallado en el camino del amor.

Jesús sabiendo que su Iglesia estaba expuesta a las limitantes y contaminaciones del mundo, pues aunque Él es la cabeza y sostén, sus militantes siguen siendo humanos, decide enviar el Espíritu Santo que ilumina, orienta y fortalece. De repente vemos las tristes, escandalosas y lamentables caídas de sus miembros, y ante ellas nos preguntamos ¿Por qué a pesar de ello la iglesia se ha mantenido? La respuesta es doble, primero porque Cristo prometió que estaría con ella hasta el fin del mundo y que los poderes del mal no prevalecerían sobre Ella, y segundo, porque el Espíritu Santo la asiste. La fuerza y santidad de la iglesia no se sustenta en la inteligencia y fuerza de sus miembros terrenales, sino en su cabeza que es Cristo y en su guía y fuerza que es el Espíritu Santo.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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