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Dios es Uno y Trino

Un solo Dios en tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

Llevamos años y años tratando de entender los misterios de la naturaleza de las cosas de este mundo material, y aunque la ciencia se gloría cada vez porque entiende algo nuevo, jamás agotaremos lo último. Lo mismo pasa con el misterio de Dios, a pesar de que Él se abre enteramente a nosotros para revelarnos y compartirnos su ser, nosotros jamás llegaremos a su comprensión total. Además en uno y otro caso debemos aceptar que nuestra inteligencia no tiene la capacidad de abarcarlo todo.

Dentro del misterio de Dios hay una verdad que es la esencial, que es la fuente de todas las demás: “Dios es uno y existe en tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de los misterios. Fue el modo como Cristo nos ayudó a entender a Dios. Dios, con enorme paciencia y pedagogía, en el correr de la historia, se fue revelando primero como el más poderoso de todos los dioses; luego aclaró que no era el más poderoso entre otros, sino que simplemente Él era el único Dios. Desde ahí fue consolidando una relación con el pueblo, hasta llegar a una alianza de amor y pertenencia: “tú serás mi pueblo y Yo seré tu Dios”.

Pero el proceso de revelación de Dios llega a un momento culminante en Cristo, quien vino no solo para mostrarnos el camino del amor divino, sino para mostrarnos que la fuente de un amor así es Dios en el misterio de tres personas. Él, como Hijo, vino para cumplir la voluntad del Padre, y cuando termina su misión terrenal envía al Espíritu Santo. Ya en el Antiguo Testamento se ubicaba a Dios como Padre y Creador, luego viene Cristo y nos descubre su identidad de Hijo, y Él mismo nos revela la identidad del Espíritu Santo. De ese modo se nos descubre el misterio más íntimo de Dios, pero además quedamos invitados a participar de ese misterio de amor.

La Iglesia vive y lleva a cabo su misión gracias a la Santísima Trinidad, porque así le fue asignada, cuando Cristo dice a los apóstoles: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18). La Iglesia, como cuerpo místico de Cristo, engendra sus nuevos hijos por el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, perdona los pecados y administra cada uno de los sacramentos en nombre de la misma Trinidad. Por eso como dice San Pablo: “El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom. 8, 16). Sin la Trinidad la Iglesia simplemente no sería.

La razón humana no nos alcanza para entender este misterio de la Santísima Trinidad, pero no por eso nos vamos a cerrar al amor del Padre, a la salvación traída por Jesucristo o a la asistencia del Espíritu Santo. San Pablo nos hace saber que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom. 5, 5), es por eso que ahí, en la intimidad de nuestro corazón, germina para nosotros la verdadera religión, pues ahí se da la convivencia y cercanía con Dios en su más sublime misterio como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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