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¿A quién debemos elegir para que nos gobierne?

No nos sirven los políticos que se marean con los honores, ni mucho menos aquellos que no hayan sido probados en la buena moral, capaces de una vida plenamente coherente, ni tampoco los que atienden solo problemas materiales y desconocen las necesidades más profundas del ser humano.

Sin duda que entre los pensadores que mejor aportan principios sobre la ciencia política debemos contar a Aristóteles, a cuyo tema dedica especialmente el libro “La política”, pero de igual modo en su “Ética a Nicómaco” señala principios básicos, que deben ser inherentes a quien aspire a gobernar un pueblo; de ahí que en este sencillo artículo quiero hacer mención de algunas ideas de este magnífico pensador.

Aristóteles parte del ideal de que todos en la ciudad deben aspirar a ser personas virtuosas, pues la virtud significa saber vivir de acuerdo a la justa razón, es decir de modo razonable, lo cual conlleva por naturaleza el buen aprecio por las cosas nobles como el arte, las buenas costumbres, la justicia y, en general, todo lo que ayude a ser mejor persona y a dar lo mejor de sí para construir la gran ciudad. En ese ideal tienen lugar el pobre y el rico, el culto y el vulgo, el joven y el adulto; igual ahí caben y se ordenan correctamente los bienes materiales, los legítimos placeres, los honores, el derecho a dar culto a los dioses, etc.; elementos que conducen necesariamente a los ciudadanos a una vida plenamente feliz. Para el pensador griego, desde este ideal de vida debe elegirse al político o a los políticos que desean gobernar, los cuales deben sobre salir por sus virtudes y sus capacidades con respecto al común de los ciudadanos.

Pero como es lógico, a dicho ideal se anteponen los malvados, quienes envueltos en sus vicios pueden aspirar solo a la riqueza, a los bajos placeres, a tener poder y a tantas otras situaciones que alejan al ser de las aspiraciones más nobles y sagradas de la vida, por lo que señala Aristóteles, estos hombres al actuar así, “dan muestras de ser verdaderos esclavos” (Ética, L. 1, n. 5). Pero también, en consecuencia, hay quienes desde una vida y unas aspiraciones viciadas se atreven a buscar gobernar la sociedad. Subraya el filósofo griego: “Esos tales parecen buscar los honores para creerse ellos mismos que son buenos” (ibídem). Es por eso que Aristóteles señala que un requisito indispensable para que alguien gobierne un pueblo es que sea, entre otras cosas, una persona plenamente probada en la virtud; incapaz de contaminar su corazón faltando a las cosas buenas y justas.

Aristóteles, en su obra la Política, hace un análisis de los riesgos que enfrenta una sociedad cuando se tiene un gobierno sea monárquico, dictador, tirano, oligárquico o democrático, todos implican riesgos y desventajas en algo; pero lo más grave de todo es cuando los gobernantes, del sistema de gobierno que sean, no conocen las necesidades fundamentales de los ciudadanos, las más profundas y significativas. De ahí el riesgo de emitir y aplicar leyes o acciones que van contra la naturaleza humana o que el común del pueblo desaprueba, empezando por los más sensatos. O cuando atacar fenómenos desde sus consecuencias pero no atender sus causas más profundas.

En conclusión, atreverse a querer gobernar es algo sumamente serio. Imaginemos, por poner un ejemplo, que nos gobierne alguien que para empezar no tenga una familia integrada y bien educada, o alguien que no tenga la vida humana como un valor absoluto o alguien que no sepa administrar su economía familiar. Por nuestra parte, el común de los ciudadanos, que nos toca elegir, debemos ser inteligentes y responsables para analizar, no solo la capacidad profesional de los candidatos, ni la habilidad de sus discursos, sino también y ante todo ver si son personas probadas en las virtudes humanas, personas de convicciones claras, que garanticen una promoción humana integral.

Carlos Sandoval Rangel
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