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Proclamemos a Cristo como nuestro Rey


Domingo de Ramos

Estamos iniciando la más importante de todas las semanas, tan llena de significado y contenido, donde Dios se aplica a fondo para posesionar en un grado sublime nuestro ser. Ante un amor desbordante de parte de Dios, lo menos que nosotros podemos hacer es vivir esta semana, de verdad, como una Semana Santa.

La intensidad y belleza de esta semana empieza con el domingo de Ramos, que como tarea primordial podemos reafirmar a Cristo como nuestro Rey. Antes de iniciar la Santa Misa la asamblea se da cita fuera del templo para iniciar la procesión de Ramos, que nos recuerda la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén. Ahí se lee el evangelio que nos presenta detalles, como diría Joseph Ratzinger, tan insignificantes para nuestro tiempo, pero tan profundos para la cultura bíblica: Jesús manda a dos discípulos, diciéndoles: “Vayan al casería que está frente a ustedes. Al entrar encontraran atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: El Señor lo necesita” (Lc. 19, 30-31). Como lo narra el evangelio, en ese burrito entró Jesús a Jerusalén.

El cardenal Ratzinger nos explica que en estos detalles está presente “la realeza y las promesas”, que se cumplen en el Mesías, Jesús. Desde la perspectiva del tiempo, es un derecho del rey montar en un animal que nadie haya montado; pero además, Mateo (21, 5) y Juan (12, 15) haciendo alusión a Zacarías (9,9), nos dicen: “Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de animal de yugo”. Estas palabras del profeta y recordadas por los evangelistas, que nos hablan de una “realiza humilde” son entendidas a la luz del proyecto de vida que Jesús nos presenta de las bienaventuranzas, son explicadas con discursos como el de “los mansos y humildes de corazón” o la invitación constante al servicio y son ejercidas en los actos de compasión que Jesús realizó todos los días; pero llegan a su culmen en el misterio de su muerte y resurrección, por eso el domingo de ramos se enlaza necesariamente con el viernes santo y con la vigilia pascual del sábado por la noche.

Jesús entra a Jerusalén aclamado como rey; para luego establecer su trono de amor en la Cruz. Pilato, temeroso y presionado por los sumos sacerdotes y demás autoridades, pregunta a Jesús si Él es el rey de los judíos, a lo que Jesús responde: “Tú lo has dicho, yo soy Rey” (Lc. 23, 3). El poder de este Rey será definitivo, cundo su amor lo lleve a lo alto de la Cruz, la más sublime sede del amor divino, y cuando ese poder divino lo haga resurgir de la tumba para constituirse como el Rey de la victoria definitiva, el rey de la vida que no se acaba.

En palabras del Cardenal Ratzinger, Jesús es el Rey que “rompe los arcos de la guerra, Rey de la paz y un Rey de la sencillez, un Rey de los pobres” y de todos los que aman la verdad y creen en Él con sincero corazón. Este el reinado que celebramos y desde el cual nutrimos nuestra fe en estas fiestas de Semana Santa.

Jesús establece un reinado universal, que se entiende a la luz de la fe, la cual emana de su evangelio, que se fortalece y sostiene con la gracia que nos comunica en la oración y los sacramentos y que se vive bajo una ley nueva: La ley del amor.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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