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No es bueno que el hombre esté solo


XXVII domingo del tiempo ordinario

En 1977, escribía el Cardenal Karol Wojtyla: “Uno de los grandes males del tiempo radica en el hecho de atreverse a poner a la familia en el banco de los acusados; necesitamos rescatarla, de lo contrario el mundo irá en picada”. Y la única manera de que esto no suceda es apoyándonos en los criterios de la sabiduría divina.

El Señor Jesús, en el evangelio, actúa desde su autoridad divina para dar el lugar a la familia: Los fariseos, con intenciones malvadas le preguntan: “¿Le es lícito al hombre divorciarse de su esposa?” Jesús de inmediato hace referencia al principio, al origen, al modo como desde siempre fue pensada por Dios, por eso responde: Aunque Moisés les permitió la separación mediante un acta de divorcio, eso fue debido a la dureza de su corazón, “pero desde un principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne… Por eso lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (Mc. 10, 2-16).

Y si hoy sigue habiendo tanto dolor y situaciones lastimosas en muchos matrimonios, y si ahora hay quienes se atreven a desfigurar el significado del matrimonio, no es porque Dios se haya equivocado o porque el matrimonio como tal no sirva; es precisamente, como aclara Jesús, debido a la dureza del corazón. Hasta hoy no se ha sabido que el matrimonio de dos personas virtuosas, ancladas en la sabiduría divina, tenga que separarse o que viva en una situación inhumana.

El ser humano, por desgracia, se ha atrevido a darle la categoría de matrimonio a lo que no es matrimonio, olvidándose de las exigencias, de la estructura natural y de los fines con que fue querido por Dios. Pero lo más grave es que nos cerremos a desconocer el tremendo deterioro humano que esto nos está ocasionando. La humanidad no puede sostenerse dignamente, desechando la riqueza original del matrimonio, por eso las palabras del Cardenal Wojtyla: “Así la humanidad va en decadencia”. La fuerza de nuestros pueblos siempre estuvo sostenida por sus valores y arraigos culturales, aprendidos y acuñados, primeramente, en el seno de las familias; donde, además, siempre destacó en sobremanera la dulzura y el temple de la mamá. Pero desde que ha ganado terreno la tentación de dar al matrimonio una estructura artificial, con sentido de rápida caducidad, también la vida en general se ha contaminado de este sentir.

Subrayando el matrimonio, sostenido sobre la riqueza de la feminidad y masculinidad, el libro del Génesis hace una consideración muy especial: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle a alguien como él para que lo ayude”. El hombre vivía la experiencia de la soledad, la cual tiene un significado muy especial: El hombre vivió un proceso de descubrimiento de sí mismo. Vivía solo frente a Dios, frente a los animales, frente a la entera creación y frente a sí. Pero eso lo hizo tomar conciencia de la necesidad de ubicar su identidad: Todo expresaba lo que él no era. Se descubre en la diversidad pero no en la similitud.

“Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño”, y mientras dormía le sacó una costilla, de la cual formó a la mujer, ante la cual el hombre exclama: “Esta si es hueso de mi hueso y carne de mi carne” (Gn. 2, 21-23). En ella ve alguien igual, desde la cual ahora podrá entenderse, ubicar su identidad. Es en esa dimensión de complementariedad, hombre y mujer, donde queda expresada toda la riqueza de la humanidad, sin la cual el ser humano se vuelve incapaz de lograr la plenitud de su identidad. Sin esa plenitud de humanidad, sin esa riqueza fundada en la misma dignidad y en la diferencia física que les complemente, el matrimonio simplemente se vuelve artificial. Ahora el significado del ser humano adquiere una dimensión personal, interpersonal y social, lo cual es vivido de modo propio y peculiar dentro del matrimonio y la familia.

La expresión: “Esta si es carne de mi carne y hueso de mi hueso”, ubica al cuerpo como expresión de la persona, lo convierte en el medio que permite a la persona encontrarse con el otro, en la grandeza de su ser. Por eso cuando el cuerpo se prostituye, se está discriminando el valor de la persona, se aísla el cuerpo de la grandeza del ser.

Los intentos de matrimonios artificiales que olvidan la naturaleza, la riqueza y fines de este proyecto divino, así como la prostitución de la carne que anula la dignidad de la persona, siempre serán una de las causas graves del deterioro de la humanidad.

¡Velar por la dignidad del matrimonio y la familia es pensar con responsabilidad en la humanidad!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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