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Llamados al servicio


XXV domingo del tiempo ordinario

El evangelio nos presenta lo muy contrastantes que muchas veces resultan las pretensiones humanas respecto a los proyectos y criterios divinos. Mientras atraviesan Galilea, Jesús va concentrado tratando de explicar a sus discípulos la parte medular de su proyecto de salvación a favor del ser humano, por lo que les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después resucitará” (Mc. 9, 31). Se trata del mensaje más sagrado, de la clave de la salvación, es el anuncio de su muerte y resurrección, momento definitivo que marcará de modo único la historia de amor entre Dios y los hombres. Pero resulta que mientras Él lleva su pensamiento en lo más alto, sus discípulos discutían sobre lo superfluo: “¿Quién de ellos era el más importante?”

Ese es el problema del corazón humano, que le cuesta trabajo concentrarse en las cosas más sublimes, en la sustancia de la vida. Mientras busca posesionarse en las situaciones terrenales, en lo pasajero, se distrae de lo que sí es garantía de vida, de lo que lo hace ser. Incluso en la misma oración, muchas veces, llenamos a Dios de peticiones caprichosas y circunstanciales y no siempre damos el espacio a lo que más nos hace falta para vivir dignamente, lo que le da sentido a nuestra existencia.

Jesús aprovecha para dar una clave de vida que nos sirve a todos. Como seres sociales que somos, que no podemos vivir sino en comunidad y en constante interacción con los otros, Él nos enseña que para ser grandes ante los demás, es necesario lograrlo a través del servicio y el servicio en nombre de Dios y sustentado en Dios: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc. 9, 35).

Un periodista se preguntaba ¿por qué el Papa no se enferma ante tanta gente que le sigue y le aplaude? Podría volverse soberbio y perder el piso, pero otro periodista le contestaba, no se enferma porque está bien cimentado en Dios y porque todo lo que hace es con el fin de servir a la humanidad. El poder y el prestigio fuera de Dios terminan enfermando a las personas, como sucede con tanta frecuencia en el caminar de nuestra historia. Desde luego todo grupo de personas, todo pueblo o nación necesita una autoridad, la cual tiene la tarea de trabajar por la comunidad, alguien que genere bienes. Pero si dicha autoridad no se nutre con los bienes más sublimes, que vienen de Dios y que se sustentan en el valor y dignidad de las personas, termina viendo la autoridad como un bien para sí, como un fin y no como un medio, termina considerando la autoridad como un estatus que le posesiona socialmente. Los riesgos del mal uso de la autoridad ocurre en el padre de familia que puede llegar a ejercer su tarea de modo hostil y autoritario, puede suceder con el profesionista, puede ocurrir con quien sirve dentro de la Iglesia, con quien tiene un cargo político y con cualquier persona que tenga determinada encomienda frente a los demás.

Como cristianos, tenemos la tarea de orar por las necesidades de todo el mundo, pero de modo especial hemos de orar por los pastores de la Iglesia, para que ejerzan su servicio a ejemplo de Cristo quien siempre sirvió obediente al plan de amor del Padre celestial y tenemos también la tarea de orar por nuestros gobernantes y por todos los que tengan un cargo de servicio a la sociedad, para que nunca pongan sus intereses personales por encima del bien común.

Nuestros intereses, sin la presencia de Dios siempre serán mezquinos, pero nuestras acciones bien cimentadas en Dios, siempre serán un servicio que humaniza.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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