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La esperanza cristiana es algo que mueve y transforma la vida


XXXIII domingo del tiempo ordinario

Hace mucho tiempo que el común de los humanos dejaron de preocuparse por “el día final”, sea cuando cada quien termine su peregrinar terrenal, como del de toda la historia o toda la humanidad, cuando sea la consumación de los tiempos. De hecho, señala el Papa Benedicto, que muchos rechazan hoy la fe porque ésta tiene como meta última la vida futura, lo cual no les parece algo deseable (cfr. Spe Salvi, 10). Por eso se piensa muchísimo más en la vida presente que en la eterna, el ser humano más bien trabaja en sin fin de proyectos pensando en perpetuarse aquí en la tierra. Y cuando por caso se llega a pensar en el día final, unas veces se hace con sentido de morbo y otras en tono de miedo, como de hecho sucede con algunos grupos pseudoreligiosos, que tantas veces anuncian el fin inminente del mundo.

Dios, que siempre quiere lo mejor para nosotros, no deja de recordarnos que no somos eternos en este mundo y que tampoco el mismo mundo material es eterno; y nos prepara para ese gran día glorioso; nos dice por boca del Profeta Daniel: “Será aquél tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo. Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el castigo” (Dn. 12, 1-2). Y Cristo que nos ha introducido en la culminación de los tiempos, también viene a reforzar ese sentido de fe que apunta a ese momento glorioso de la historia: “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre la nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (Mc. 13, 25-26).

Por tanto, por revelación misma de Dios, ese día final va a suceder, pero ¿debemos tener miedo? Hay quienes si deben tener miedo; todos los que no se cuenten entre los elegidos y los que su deseo más profundo no sea contemplar la gloria de Dios, si deben tener miedo. Pero el creyente que tiene su confianza en Dios, que se sabe y vive como elegido del Señor, por qué habría de tener miedo; el que su deseo más grande en la vida es contemplar la gloria de Dios y trabaja para ello, eso no tiene porque temer el día final.

El cristiano necesita la esperanza para vivir, pero su esperanza no puede ser solo algo terrenal, pues eso es muy frágil. Hoy que el ser humano trabaja tanto para lo material, debe razonar y entender que eso no le garantiza nada, tenemos el ejemplo de los años pasados recientes donde los mejores científicos en economía cometieron graves errores en las bolsas de valores que dejaron al mundo entero en una de las peores crisis económicas de la historia, que hasta la fecha seguimos sufriendo. Nuestra máxima esperanza tampoco puede estar en la grandeza de la ciencia y la técnica; ahí tenemos, el ejemplo de Japón, uno de los países más avanzados científica y técnicamente, y como, lamentablemente, el tsunami hizo ver que tampoco tal desarrollo era garantía de nada.

Pensar en el día final, desde la perspectiva cristiana, no es para generar miedo, ni morbo, sino para vivir en una esperanza máxima, que nos anima en la ilusión de la casa del Padre. No es evadir las responsabilidades y los retos de la vida cotidiana, sino entender que la vida eterna y el encuentro glorioso con Dios se preparan todos los días, al rezar, trabajar, convivir, construir, desde la perspectiva de la fe, que facilita que las cosas más simples de la vida tengan el sentido de trascendencia más sublime.

Cuando lo terrenal no da para más, nos queda aun lo mejor: Dios mismo.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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