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Dios no da migajas, ni pide migajas


Si Dios no da lo que le sobra, entonces que injusto resulta que nosotros le demos lo que nos sobra.

XXXII domingo del tiempo ordinario

La historia de la humanidad está marcada por la presencia de Dios que lo ha dado todo a favor de nosotros. Todo cuanto somos y tenemos es gracias a la generosidad de Dios. Él, con su sabiduría y poder, creó y sostiene el mundo del cual nos servimos; con enorme amor, al crearnos, nos coronó de enormes capacidades, las cuales nos facilitan abrirnos paso por la vida. Por eso, el mejor acierto que podemos tener en la vida consiste en confiar en la providencia divina, la cual es capaz de generar vida ahí donde pareciera que la vida se vuelve imposible; genera esperanza ahí donde pareciera que se acaba toda esperanza.

El primer libro de los Reyes (cap. 17) nos narra la sequía que vino a Israel y a toda la región, contexto en el cual el Profeta Elías es enviado a Sarepta, en la parte de Sidón. Ahí el Profeta encuentra a aquella viuda que recoge leña para preparar el último pan que comerán ella y su hijo, después de lo cual solo esperarán la muerte. Pero el profeta le pide a la viuda que no desconfíe de la providencia divina: “No temas; vete a casa y haz lo que has dicho, pero antes hazme a mí un pan y tráemelo. Para ti y para tu hijo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: No faltará harina en la tinaja, ni aceite en la vasija, hasta el día que el Señor haga caer la lluvia sobre la tierra”. Ella fue e hizo lo que le había dicho el Profeta y tuvieron comida para él, para ella y para toda la familia durante mucho tiempo” (1 Re. 17, 10-16).

El evangelio refuerza esta confianza absoluta que debemos tener en Dios: Jesús, resalta el contraste que existe entre los que actúan para que los vean, igual que los que dan lo que les sobra, a diferencia de la actitud de una viuda que dio todo lo que tenía (Cfr. Mc. 12, 38-44). Hoy que la imagen y el tener se convierten en motores de la sociedad actual, Jesús nos invita a que no olvidemos que “Dios es Dios” y que por eso nuestra seguridad debe estar en Él, por encima de todo, así lo entendió la viuda que echó en la alcancía todo lo que tenía. Señala San Beda, que Dios no prohíbe a nadie los saludos en las plazas, ni vestir bien, ni tampoco ocupar el primer lugar en un banquete cuando corresponde por oficio; el problema es convertir eso en la norma de vida, afanándose a ello de manera desordenada.

¿Cómo una persona podría ser tan irracional como para atreverse a poner la confianza más en las propias capacidades y proyectos antes que en la bondad de Dios? Lo que las viudas de Sarepta y del evangelio hicieron es lo que han hecho y siguen haciendo infinitud de personas sensatas que han querido ganar su salvación viviendo a fondo las obras de misericordia.

Pero qué mezquinos somos cuando damos solo lo que nos sobra; Dios no recibe migajas, porque Él no nos da migajas. No se vale que le queramos dar lo que nos sobra de tiempo, de capacidades, de servicios, de bienes, de amor, de vida, de todo. Si nuestro origen y sostén está en Dios que es toda bondad, ¿por qué nosotros habríamos de ser tan tacaños?

Como dice San Josemaría Escrivá: “Dale tú lo que puedas dar: No está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que des” (Camino, n. 829). No se vale que si la providencia divina lo da todo, nosotros no seamos también providentes frente a Dios y frente a los demás.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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