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Huir del hogar es la peor tragedia de la vida


IV domingo de cuaresma

La parábola del hijo pródigo, en el evangelio de San Lucas, nos presenta una enorme riqueza que podemos abordar bajo diversos aspectos, por ejemplo las consecuencias del pecado, representadas sea en la vida disoluta del hijo menor, así como en la dureza del corazón del hijo mayor; es digno de resaltar desde luego el amor profundo del Padre que nunca deja de esperar a su hijo y que al reencontrarlo lo dignifica, y así podemos referir muchas otras enseñanzas de saludable reflexión y aplicación para nuestra vida. Pero hay algo que vale tomar en cuenta de esta parábola: La tragedia que implica huir del hogar.

El hogar es mucho más que una cuestión física o temporal. Es el ámbito esencial de pertenencia, es el principal lugar donde la persona se forma y aprende a darle un valor a su vida. El hogar es el centro de existencia de toda persona, de ahí se parte y a él siempre se regresa; ahí se entrecruzan, enfrentan y toman significado el nacimiento, el trabajo, la convivencia, las dificultades, los logros e incluso la muerte. En el hogar se aprenden las lecciones fundamentales de vida y se nutre el corazón a través del amor. Por eso romper con el hogar es la tragedia más difícil que puede enfrentar una persona. Y eso fue lo que sucedió con el hijo menor, en la parábola del hijo pródigo, que huyó de su hogar. El hijo elije una vida disoluta, esa vida que cansa y que mata, una vida donde no es hijo, donde la dignidad se pierde al grado que envidia la vida de los marranos.

En el hogar, gracias a que soy amado, soy libre para dar y para recibir. Ahí sufro, pero no odio, se me amonesta pero crezco, se me alaba pero no me siento más que los demás. Desde el hogar, todo lo puedo, pues la fuerza que me sostiene es el amor.

El máximo hogar es la casa del Padre celestial. Pero eso el primer hijo pródigo es el mismo Jesús. Que salió de la casa del padre, tomó la condición de los pecadores y se desgastó con los pecadores. Fue tratado como el peor de todos y desde la cruz nos mostró lo grave que es estar lejos del hogar, ser tratado sin dignidad. Pero desde ahí trazó el camino del regreso: Me levantaré y volverá a mi Padre”.

El pecado nos aleja del hogar y qué dura es la vida fuera del hogar; así, la pasamos mal. Pero ojalá que, por perdidos que estemos, nunca olvidemos el secreto más sagrado de la vida: “Tengo un Padre, tengo un hogar”. El camino de regreso, que nos trazó Cristo, es la fe y el amor. La fe me hace confiar en que tengo un hogar y que ese hogar siempre está y estará ahí. El amor me da la garantía de que siempre seré bien recibido y que las manos amorosas del Padre me abrazarán; regreso porque confío en el amor del Padre, quien al verme me dirá: “Tú eres mi hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias”.

La tragedia de tantos y tantos, ha consistido en huir una y otra vez del hogar, recorriendo lugares lejanos en busca de amor; pero al final se sienten solos, incomprendidos y con el corazón débil. La tragedia y, por tanto, la huida del hogar, empieza cuando el oído se vuelve sordo a la dulce voz del “Te amo”, cuando nos cerramos al encuentro amoroso con los otros y con Dios.

¡Señor, qué tragedia! Buscarte y buscarte por los lugares y situaciones más inciertas, mientras que tú intentas hablarme con la dulzura y la suavidad del amor, desde lo más profundo de mi ser. Señor, hazme regresar a ti. Soy pecador, pero tú eres mi Padre, no te merezco, pero te necesito. Sin ti, me confundo y soy débil, contigo soy fuerte y mi vida toma sentido.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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