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Dios sí confía en nosotros: ¿Nosotros tenemos nuestra confianza en Él, por encima de todo?


III domingo de cuaresma

Cuando Dios pensó en cada uno de nosotros, lo hizo con la entera confianza e ilusión de que daríamos los frutos más sobresalientes, que contribuiríamos significativamente para que el mundo fuera más bello, más humano y por tanto más digno. Por lo mismo nunca ha estado en sus planes dudar de nuestras capacidades, ni mucho menos estarnos vigilando para castigarnos si hacemos mal las cosas. Más aún, cuando nos equivocamos Él es el primero que vuelve a confiar enteramente en nosotros.

Pero para los humanos, qué difícil es entrar en la lógica de Dios, pues muy fácil las mentalidades terrenales se arraigan en nosotros y nos influyen en nuestro modo de entender la vida y, a veces, desde esa perspectiva queremos ver también al mismo Dios. Escuchamos en el evangelio cómo unos hombres acuden a Jesús para decirle que “Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estos estaban ofreciendo sus sacrificios”. La intención de estos hombres no era solo informar sobre un hecho, sino ante todo de interrogarlo sobre el significado del hecho. Para ellos existía “la teoría de la retribución”, según la cual las desgracias eran castigos justos por los pecados cometidos. Si así fuera el actuar de Dios, ¿quién de nosotros viviría? En realidad esa mentalidad va contra el pensar amoroso de Dios.

Para ilustrar el amor de Dios, que se expresa, entre otras cosas, en las oportunidades que Él nos da, Jesús pone el ejemplo de la higuera que no da frutos; el amo quiere cortarla, pero el viñador pide que le permita moverle la tierra y abonarla mejor, con la esperanza que el próximo año sí de fruto. Para un creyente, tomar esa nueva oportunidad significa entrar en el camino de conversión. Es redescubrir que Dios todos los días sigue creyendo en nosotros.

Las desgracias no son un castigo a causa de los pecados, pero sí deben ser una ocasión significativa para revalorar nuestra vida. Los momentos difíciles no son queridos por Dios, sino, en su mayor parte, son complicaciones humanas; pero Dios muchas veces sí aprovecha esa ocasión para llamarnos a la conversión. Por eso cuando las personas sufrimos, por cualquier motivo, Dios siempre hace lo posible por abrir nuestro entendimiento y voluntad para que entendamos que siempre existen motivos de esperanza.

Más aún, siempre hay una circunstancia y un momento preciso del que Dios se vale para hablarnos y hacernos sentir la necesidad de convertirnos y acercarnos más a Él. Tenemos por ejemplo a Moisés a quien Dios le habla a través de la zarza ardiendo en el desierto; a otras personas puede hablarles a través de otro fenómeno, una circunstancia, un hecho o en cualquier otra vivencia. Son momentos especiales y a veces decisivos que pueden movernos al amor de Dios, pero igual, pueden ser también momentos decisivos en que algunos también deciden renunciar totalmente a Él. Moisés se decidió por Dios y eso significó un rotundo giro no solo para su vida personal, sino también para la vida de todo un pueblo, pues esos son los alcances de las buenas decisiones, que puede generar personas con una trascendencia e incidencia personal y social inimaginable. Por desgracia, algunos podemos también simplemente seguir viviendo en la tibieza de la vida.

Hoy, los tiempos son intensos, los signos son estrepitosos, las exigencias son radicales, no se puede navegar a medias, porque eso nos enferma, es tiempo de definir: ¿Damos o no damos el salto a la lógica de Dios?

Cuaresma, tiempo de definir: Damos o no damos el sí rotundo a Dios.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

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