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Debemos subir con Jesús a lo alto del monte


II domingo de cuaresma

La palabra de Dios nos sigue marcando la pauta del caminar cuaresmal que nos conduce al misterio más importante de nuestra fe, el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo. Como elemento significativo, este caminar cuaresmal implica que nos decidamos subir con Jesús a lo alto del monte.

El monte en la mayoría de las religiones es considerado como el punto en que el cielo toca a la tierra; de hecho cada región del mundo tiene una montaña santa, pues es el lugar donde habitan los dioses. La tradición bíblica conservó esta visión, solo que la purifica, pues la montaña es también una creatura; esto sin que deje de ser un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. En lo alto del monte Sinaí, Dios se le reveló a Moisés y le entregó las tablas de la ley (Ex. 24, 12-18). Los profetas, en general, siempre tuvieron la cima de la montaña como lugar predilecto para orar: Moisés (Ex. 17, 9ss), Elías y Eliseo (1 Re 18, 42).

También Cristo vio la montaña como un lugar especial, ahí sube a orar (Mt. 14, 23; Lc. 6, 12), ahí vence a Satanás, quien le ofrece los reinos de la tierra si se postra y lo adora (Mt. 4, 8). Sobre la montaña enseña las bienaventuranzas, hace la multiplicación de los panes y también en una montaña citó a los apóstoles para enviarlos por todo el mundo a bautizar y a predicar el evangelio (Mt. 28,16). Pero la montaña, en el evangelio de San Lucas, representa especialmente el lugar donde Cristo manifiesta la gloria divina, así sucede en la transfiguración (Lc. 8, 28-36) y así lo anuncia en su subida a Jerusalén, donde en el Gólgota subirá a lo alto de la Cruz. Esas muestras de la gloria de Dios se convierten en momentos claves sin los cuales es difícil entender el proceso y el fin máximo de la fe en Cristo.

Para los apóstoles fue difícil entender que el maestro tuviera que ser entregado en manos de los hombres y luego morir en la Cruz. Ellos apostaban por el maestro que poseía toda sabiduría, que curaba a los enfermos y tenía poder para obrar milagros. Pero no pueden entender a un maestro débil que debe padecer y ser entregado a la muerte. Ante esta dificultad, Jesús toma a tres de ellos, los hace subir a lo alto del monte para orar. Es ahí donde se transfigura y aparece conversando con Moisés y Elías sobre la muerte que le espera en Jerusalén (cfr. Lc. 9, 28ss). Moisés y Elías eran figuras de la ley y los profetas, elementos claves de la religión judía; así al conversar con ellos, Jesús deja en claro que su muerte era algo ya anunciado en el Antiguo Testamento. De eso modo Jesús pone en claro que la gloria que les manifiesta en la trasfiguración, se enlaza plenamente con el hecho de la muerte en Cruz. No hay gloria sin cruz. No podríamos aspirar a la gloria plena y eterna, si Cristo no nos hubiera rescatado desde la muerte, que es la consecuencia máxima del pecado. Además, tenía que ser muerte en cruz, pues ésta representa el lugar del más pecador. Por eso la Cruz en el Gólgota, San Lucas la presenta como momento de la Gloria de Dios; Gloria de Dios que llega a esa situación crucial para desde ahí hacer surgir la vida nueva. Cristo llega a lo que era signo de máxima desgracia, para desde ahí abrirnos a los signos de la esperanza que no se acaba.

En esta cuaresma subamos el monte con Jesús, es decir, démonos la oportunidad de orar con Él, de dar espacio a lo sagrado, de contemplar su Cruz, que es para gloria nuestra. La gloría de Dios, como decía san Ireneo, es precisamente que el hombre viva, y el hombre no viviría si Cristo no hubiera cancelado en la Cruz nuestros pecados. No tengamos miedo tomar la Cruz, que es obediencia a las verdades que nos dan la vida verdadera y que es amor que une profundamente a las personas entre sí y con Dios. Esa cruz es el camino de la gloria y por tanto de la felicidad verdadera y eterna.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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