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Dios quiso habitar entre nosotros para que nosotros podamos habitar con Él


Domingo de la ascensión

La fiesta de la ascensión tiene un significado extraordinario para nuestra fe, pues con este hecho por una parte Cristo cumple su misión terrenal, en orden a la salvación, pero además, nos pone en claro los alcances del proyecto humano pensado por Dios, desde antes de la creación del mundo.

Desde la perspectiva de la creación, el hombre aparece como la cumbre de todo, no solo porque con él Dios cierre la creación o porque fue hecho a “Imagen y semejanza de Dios”, sino también porque sin el hombre todo cuanto existe no tendría sentido. Dios quiere que a partir del ser humano, hecho desde luego a su “Imagen y semejanza”, todo tome un significado. Pero el pensar de Dios no se cierra en la creación del hombre, pues ésta era solo el primer paso de todo un proyecto. Más allá de la creación, Dios pensaba en toda una historia que tendría cumplimiento con la entrada del hombre en la casa de Dios.

La imagen del paraíso que encierra un contenido teológico extraordinario nos ayuda perfectamente a entender el plan de Dios, respecto al hombre, que vemos culminar en esta fiesta de la asunción. El paraíso expresa la armonía del hombre frente a Dios, frente a sí mismo y frente a la creación entera; ahí encontramos un hombre capaz de dialogar de tú a tú con Dios, lo que implica una gracia originaria que le permite el encuentro con Dios sin ningún tipo de barrera. El paraíso, de acuerdo a las imágenes orientales antiguas, expresa la imagen de un Dios que vive al centro del jardín, y sin que el hombre habite tal cual en la casa de Dios, sí vive en el ámbito de ella, es decir en el jardín. Podemos decir que Dios comparte con el hombre parte de su ámbito. Hasta ahí hablamos de una excelente relación entre Dios y el hombre, pero es una relación del creador con su creatura.

Más, el plan de Dios, no era que el hombre se quedara solo en el ámbito de las creaturas, sino que llegara a ser parte de la familia misma de Dios, que fuéramos sus hijos; no es que solo estuviera en el entorno de la casa, sino que fuera tal cual parte de la casa. Y no obstante que el pecado vino a complicar el pensar de Dios respecto al hombre, hoy festejamos que, por la voluntad amorosa de Dios, a través de Cristo, los seres humanos tenemos reservado un lugar en la casa del cielo.

El ser humano se alejó del ámbito de la casa de Dios, pero Dios lo rescata no solo para regresarlo al jardín, sino para hacerlo entrar al corazón de la casa. De ese modo, podemos decir: Con la encarnación del hijo de Dios, es decir, con la venida de Cristo al mundo, Dios puso su morada entre nosotros, pero ahora con la asunción (Lc. 24, 46-53), nosotros ponemos nuestra morada en la casa del Padre. Cristo vino para que Dios estuviera entre nosotros, pero ahora regresa, y no va solo, sino que lleva consigo a toda la humanidad, entra en el cielo como nuestro representante. Por eso nos dice la carta a los hebreos: “Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombre y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo…” y prosigue más delante: “hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque Él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo” (Heb. 9, 24- 28; 10, 19- 23).

Desde que Cristo dio cumplimiento al plan trazado por el Padre, sentarnos en torno al altar de Dios, en la Santa Misa, es vivir ese intercambio entre Dios y el hombre: “Él se hace presente entre nosotros, para que nosotros nos hagamos presentes con Él”. Nos sentamos gozosos en su mesa, aquí en la tierra, para adelantar lo que será sentarnos en su mesa en la casa del cielo.

Recibir el cuerpo de Cristo es pedirle que se haga uno con nosotros, para nosotros hacernos uno con Él. De ese modo, unidos a Él, Él ya nos coloca en la casa del Padre.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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