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Uno de los grandes pecados actuales: querer apoderarse del mundo desconociendo al dueño del mundo


XXVII domingo del tiempo ordinario

Todas las acciones de Dios hacia el hombre son siempre acciones de amor, pues lo que más le interesa a Dios es amarnos, es buscar nuestro bien. En ese contexto de amor, Dios decidió crear el mundo como nuestra digna morada, como lugar de encuentro entre las personas; como signo de su amor tuvo también la confianza de encomendarnos que cuidáramos y de que siguiéramos ennobleciendo el mundo. Pues hoy, Dios, también desde su amor, nos invita a cuestionarnos ¿qué hemos hecho del mundo, qué hemos hecho con su viña?

En ese sentido, y dando continuidad a la imagen de la viña, el Señor Jesús presenta otra parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje” (Mt. 21, 33; cfr. Is. 5, 1). El resultado que presenta Jesús en la parábola es que, al pedir cuentas, los hombres que alquilaron la viña trataron mal a los enviados e incluso mataron al Hijo del propietario, con el fin de apoderarse de la viña. Dios pregunta a través del profeta Isaías: “¿Qué más puedo hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrías?” (Is. 5, 1-7).

En realidad la parábola expresa uno de los matices más profundos del pecado, apoderarnos de lo de Dios, pero desconociendo a Dios; adueñarse de la viña, pero desconociendo al dueño de la viña. Como decía el filósofo alemán F. Nietzsche, refiriéndose a los ateos modernos y postmodernos y en general a la sociedad sin Dios, insensatos e hipócritas ateos, quitaron a Dios y se quedaron con todo lo que se construyó entorno a Dios.

En este sentido, comenta el Papa Benedicto XVI, a través de la parábola de la viña, “el Señor habla también con nosotros y de nosotros. –Y agrega- Si abrimos los ojos, todo lo que se dice ¿no es de hecho una descripción de nuestro presente?”. Tenemos que responderle al Papa, desde luego que sí, la parábola es totalmente vigente, pues retomando ese matiz del pecado de querer apoderarnos de lo de Dios, pero desconociendo a Dios, el hombre actual sigue empeñado en tener enormes logros materiales, pero no siempre humanos, pues lo material sin Dios siempre deshumaniza. Por ejemplo hoy tenemos mejores casas, pero a veces no mejores familias, mejores medios de comunicación pero no mejor entendimiento entre nosotros, mejores oportunidades de estudio y conocimiento, pero no siempre mejor comprensión de la verdad o simplemente se vive más desde la superficialidad, mejores situaciones económicas, pero no más capacidad para disfrutar la vida.

Aferrarse en apoderarse de la viña, del mundo, pero desconociendo al dueño, es propio de necios, es renunciar a la sabiduría de quien la diseñó, de quien sabe los motivos de cada cosa, del que sabe el ¿por qué? y ¿para qué? La hizo para nosotros, para que en ella y de ella vivamos. Cuando el ser humano se adentra en el mundo, pero sin Dios, cree poderlo todo, pero tarde o temprano le vienen las inseguridades, pues las cosas por sí mismas no lo resuelven todo, el mundo es un misterio que con la inteligencia podemos penetrar y lograr tanto, pero no todo. El hombre que camina sin Dios, rápido olvida que el mundo es un lugar de encuentro para todos, por eso busca adueñarse indebidamente de todo, de ahí surgen las rivalidades, las envidias y todo lo que confronta agresivamente al hombre contra el hombre.

¡Señor, ayúnanos a apreciar y procurar los buenos frutos, como lo sugiere San Pablo: lo verdadero y noble, lo justo y lo puro, lo amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio (Flp. 4, 7-9)!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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