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La humanidad sólo puede resurgir desde la familia



Domingo de la Sagrada Familia

No es nada nuevo decir que estamos en tiempos de crisis, la cual se expresa en problemas como la grave situación económica que viven muchas familias, en los lamentables conflictos sociales, en la grave inseguridad que nos lastima a todos; igual la crisis se expresa en problemas personales como la proliferación de enfermedades psíquicas, suicidios, violencia intrafamiliar y la insatisfacción personal que muchos enfrentan. Pero, ¿dónde está el error fundamental de este momento de la historia? Entre otras cosas, el error radica en acostumbrarnos a crear estructuras sin espíritu; sin un contenido humano esencial. Por desgracia, esta inercia de estructuras vacías de espíritu ha afectado también a la institución más antigua e importante que es la familia, pues no son pocas las familias que carecen de una sólida fundamentación.

La familia es uno de los espacios claves en la vida del hombre, es más, la humanidad se construye de modo primario desde la familia; pero la familia solo podrá responder a esta tarea en la medida que ella misma se dé la oportunidad de caminar bajo principios humanos y cristianos sólidos. No olvidemos lo que decía Juan Pablo II: “La sociedad es el resultados de lo que se ha hecho o dejado de hacer en las familias”. Por eso, no despreciemos la sabiduría ni el amor de Dios, que no solo ha creado sabiamente a la familia, sino que además amorosamente la ha redimido. No es casualidad el hecho de que la Creación haya concluido creando al hombre y la mujer, ni que la salvación haya partido del seno de una familia, la de José y María, donde empezó su vida terrenal el Salvador del mundo.

Fue voluntad divina que la salvación del género humano iniciara en el seno familiar; Jesús nace y se integra a una familia y desde ahí se va haciendo presente para todas las familias y para todas las personas. Y es desde ahí de donde puede resurgir la humanidad que hoy vemos tan confundida, quiere lograrlo todo, pero de continuo enfrenta un sin fin de confusiones.

Dios sabe que el camino del ser humano es la familia, pues así lo dispuso Él mismo desde el principio. Nadie como la familia tiene la capacidad de conducir a la persona. Salvando y promoviendo los valores y exigencias de la familia, estamos garantizando un rostro mejor para toda la humanidad. El buen rostro para la humanidad inicia y se cultiva cuando el hijo aprende a honrar a su padre y a su madre, pues esa honra no es sino el reflejo del corazón lleno del amor de Dios; por eso las bendiciones que Dios promete a quien así actúa: “Quien honra a su padre, encontrará alegría en sus hijos y su oración será escuchada; el que enaltece a su padre, tendrá larga vida y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre” (Ecle. 3, 6-7). El buen rostro de la humanidad, se vuelve vivo y atractivo cuando los esposos saben amarse y darse su lugar, por eso la insistencia de San Pablo: “Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean rudos con ellas”. El rostro de amor, querido por Dios para la humanidad, se consolida en la sana interacción entre los padres y los hijos: “Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman” (Col. 3, 19-21).

Lo que aportó Jesús a la humanidad, fue desde luego gracias a su naturaleza divina pero también gracias a la experiencia humana, que vivió de modo sencillo en su hogar de Nazaret. Los frutos que nos ofrece Jesús son santos y eternos, porque además de ser Dios, María y José le enseñaron a vivir de modo santo y con objetivos eternos.

Que a ejemplo de la familia de Nazaret, toda familia sea el espacio donde crezcamos en la fe, aprendiendo a tratar bien a Dios y a dejarnos amar por Él. Que sea el lugar donde aprendamos a ser reconocidos y aceptados como personas; que aprendamos qué es una persona y qué es el amor a ella.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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