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¿Quién es Jesús?


Única respuesta en la que no debemos fallar

XXIV domingo del tiempo ordinario

Hoy que los métodos de investigación y de enseñanza han avanzado tanto y que los sistemas de información son más accesibles para todos, el ser humano tiene la posibilidad de tener un bagaje de conocimiento muy amplio. Sin embargo, esa información y los intereses de conocimiento no siempre incluyen de modo esencial las verdades más importantes, para empezar podríamos preguntar ¿qué tan conocidas son las verdades fundamentales sobre el ser humano?, igual, cada quien podría peguntarse ¿cuánto conoce sobre sí mismo? y yendo a algo más radical, entre tantos conocimientos que tenemos, ¿qué tan conocido es Dios? Hay muchas preguntas que podemos errar en su respuesta y no pasa nada, hay otras que son importantísimas, pero hay una cuestión que no podemos fallar en su respuesta, pues es fundamento clave para responder muchas más cosas en la vida, eso es: la respuesta sobre Dios. De ahí la importancia de las preguntas que Jesús hace a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?... y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”

Nuestra realización máxima no está en el poder adquisitivo, ni en los aplausos, ni en los grandes títulos, todo esto y otras pretensiones humanas son nada cuando el corazón está vacío de Dios. Por eso tanto la pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, así como la respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías”, son algo esencial para la vida. Con su respuesta, Pedro está indicando: Tú eres el Cristo, el Ungido, el Mesías, el enviado de Dios; es decir, alguien de quien depende el sentido último de mi vida, mi felicidad, en quien encuentro toda fortaleza, quien me puede mostrar la grandeza de la vida, etc. En realidad, es algo sumamente grave no conocer a Dios, que se ha manifestado y acercado a nosotros en la persona de su Hijo, Jesús.

Conocerlo significa no tener miedo a afrontar la vida desde el camino más seguro que Él mismo traza: el camino de la Cruz. Por eso una vez que los apóstoles han confesado quién es Él, ahora les habla sobre la Cruz. Por desgracia, la cultura actual le llama cruz a toda desgracia humana, a todo sufrimiento, a toda contingencia, a todo fracaso, de ahí que se vuelve difícil entender el camino de la Cruz, como el camino de la gloria, del triunfo. La Cruz significa trascendencia, pues es entrar en un camino que está por encima de un sentimiento religioso pasajero, más allá de un entusiasmo ocasional. Es entender la verdad humana y estar dispuesto a rescatarla de sus equivocaciones y hacerla valer por encima de todo. Es ver más allá de las circunstancias individuales, es ver con horizontes eternos, a pesar que esto implique tener que vencer obstáculos y aguantar sufrimientos. La Cruz significa que no nos conformamos con los placeres pasajeros y con las comodidades terrenales, sino que luchamos por la felicidad que no se acaba, aquella que satisface la voluntad, el entendimiento, los sentimientos, nuestro cuerpo y en general la integridad de nuestro ser.

El camino de la Cruz no es fácil cuando el mundo lucha por satisfacciones solo inmediatas, sensiblemente intensas, cuando se busca la seguridad en lo que se acaba. Simplemente, el camino de la Cruz es imposible si no se conoce y ama a Jesús, pues solo quien le conoce entiende que el camino de la Cruz es construir todos los días la felicidad, pues solo desde Él, aprendemos a no lastimar, ni permitir que nos lastimen, a amar y a permitir que nos amen, como Él lo hizo.

El camino de la Cruz es acercarnos a los demás del único modo digno: amándoles.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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