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“No he venido a traer la paz sino la división”


XX domingo del tiempo ordinario

Uno de los intereses más importantes de Jesús, en su ministerio, es mostrarnos la bondad de Dios, por eso su predicación siempre fue un llamado al amor, a la reconciliación, al consuelo, a la paz, a la concordia… pero un día, de manera sorpresiva, se dirige a sus discípulos con palabras nada fáciles de entender: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz sino la división” (Lc. 12, 49-51).

Se trata de un pasaje que rompe drásticamente el tono ordinario de la predicación del Mesías, pareciera que ha cambiado de opinión o que se está contradiciendo. Pues efectivamente, Jesús si ha cambiado de opinión, ha cambiado su modo de pensar, ha cambiado su mensaje; pero ha cambiado para los mediocres, los superficiales, para que los que piensan que el amor de Dios es solo un amor consentidor, que solo endulza la vida; el mensaje de Jesús ha cambiado para los que no tienen criterio y decisiones firmes; para los que no toman con seriedad la fe.

Jesús no ha cambiado su Evangelio, simplemente a los que están firmes en la fe, a los que son sus amigos, con estas palabras, quiere hacerles unas profundas y decisivas revelaciones: primero, quiere enseñarles a qué ha venido: “He venido a traer fuego a la tierra”. Segundo, les dice qué deseo tiene: “Que ese fuego ya arda”. Y tercero, señala la consecuencia: La división. Efectivamente ha venido a traer el fuego del amor divino y ese fuego le consume, pues en su corazón arde el deseo de morir por amor a los hombres, pues sabe que después de morir el Padre le restituirá la vida nueva y así el mundo entenderá que Dios es el dueño absoluto de la vida. Pero ante este amor divino hay que tomar decisiones: eres o no eres de los suyos. Su amor es una declaración de guerra contra la indiferencia, contra el pecado, contra la pasividad.

La fe en Cristo, sustentada en su amor, no acepta personas a medias, Cristo arde de amor porque quisiera vernos reaccionar, por eso dice que no ha traído la paz. La persona que confunde la paz con pasividad o con simple ausencia de armas, es alguien que está lejos del espíritu cristiano. Cristo no soporta al indiferente, al tibio, al que no razona, al que no emprende, al que no construye; por eso dice que vino a traer la división, pues su propuesta doctrinal no es apta para el que piensa de modo egoísta solo resolver lo propio y que el mundo ruede. Cuánta necesidad de amor, de fe, de educación, de salud y en general de promoción humana hay en el mundo, y cómo es posible que no reaccionemos y le digamos a Jesús, permítenos unirnos a tu proyecto de salvación y de humanización, queremos colaborar con nuestro granito de arena.

No puedo pasar la vida pensando solo en mi negocio, en mis cosas, en mis placeres, en lo que contenta mi sensibilidad, pero no proyectar mi vida a lo más alto. Cuando vayamos a Misa, que es la celebración de los amigos de Dios, digámosle al Señor que Él nos de la fuerza para vivir con decisión. Porque cuando rezamos, si esa oración no nos renueva en nuestro modo de entender la fe y la vida, entonces la oración queda en nada e incluso puede ser solo un modo de entretener equivocadamente nuestro pobre corazón.

No busquemos un Dios que nos complazca en nuestros mezquinos intereses, busquemos más bien un Dios que nos empuje a renovar nuestra vida, lo demás viene por añadidura.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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