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Juan el Bautista, testigo de la verdad

Aurora del mesianismo divino y delator de los falsos mesianismos humanos

En las antiguas tradiciones orientales se acostumbraba que cuando un personaje importante visitaba un pueblo, delante de él iba un heraldo anunciando la buena noticia y preparando así a los habitantes del lugar. Aquello implicaba arreglar, por una parte, los caminos y las fachadas, pero también suscitar las buenas emociones y disponer de la mejor actitud. Pues dentro de esa costumbre podemos ubicar la misión de Juan el Bautista, de quien celebramos el día de hoy su nacimiento. Él es el precursor, el heraldo que anuncia la llegada del personaje más importante de la historia, la llegada de Jesús, el Salvador, que viene a encontrarse con todos los habitantes del mundo.

Como heraldo de la Buena Nueva, realiza una serie de hechos que de inmediato llaman la atención, advirtiendo así que algo extraordinario está por suceder: es un hombre sumamente austero, que enfrenta de lleno las realidades terrenales, sin el mínimo miedo, ni complicidad, llama a los malos líderes religiosos raza de víboras y les dicta su sentencia; pide a los guardines del orden que no sean injustos, ni abusen de la gente; llama a todo el pueblo a la conversión y a preparar el camino, y echa en cara a los gobernantes su falsedad. Y por encima de toda la corrupción humana, presenta a Jesús, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Juan el Bautista vino como testigo de la Verdad, para inducir al mundo hacia la Verdad, que es Cristo; como testigo de la luz para conducirnos hacia quien es toda luz; y su testimonio fue tan alto que llegó hasta el martirio para testificar con su sangre. Pero lo más grande de él no fue todo lo anterior, sino su humildad, su obediencia y desprendimiento, frente a la misión encomendada. Su actuar provocó que muchos pensaran que él era el Mesías, pero él con toda claridad declara: “Yo no soy el Cristo”… “Detrás de mi viene uno a quien yo no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de sus sandalias”.

Sin duda, la grandeza de la misión del Bautista y el modo como él da paso a la obra de Cristo, marca una enorme diferencia entre los mesianismos humanos, sustentados solo en proyectos temporales y el mesianismo cristiano, fundamentado en la Verdad divina y en el poder de Dios. El poder de convocatoria, de convicción y de arraigo de Juan el Bautista, jamás le llevaron a perder el piso, y por eso él mismo se declara como un voz pasajera, como alguien que no es definitivo, ni lo puede todo, que sabe dar paso a otro, a Jesús, al verdadero Mesías. Desenmascarando así la diferencia con todos los mesianismos temporales, centrados en determinadas ideologías, que nos prometen realidades nuevas y una vida plenamente feliz, pero que a veces no son sino cálculos humanos y vacios, incapaces de englobar la totalidad de nuestro ser.

El Bautista es un llamado para todos nosotros, a actuar en la verdad, sin cobardías, ni intereses superfluos; es un llamado a actuar en la verdad y defender la verdad, por encima de cualquier provocación que el poder o los halagos humanos pudieran ponernos. Todos, al igual que el Bautista, debemos ser fieles heraldos de Cristo, capaces de desaparecer cuando Cristo es el que debe resplandecer. Capaces de renunciar a nuestros adeptos, con tal de que éstos se conviertan en adeptos de Cristo.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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