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Hagamos de la resurrección de Cristo el motivo fundamental de nuestra vida


Tercer domingo de pascua

La aparición de Cristo a los apóstoles, en el lago (Cfr. Jn. 21, 1-19), se vuelve muy significativa para entender lo que implica creer en Cristo resucitado. Como lo muestra el evangelio de San Juan, después de la muerte de Cristo y todavía ante la incertidumbre de la resurrección, el futuro de los apóstoles no es muy claro. Un día Jesús los llamó a seguirlo, fueron tras Él con gran decisión, pero después de la crucifixión el corazón se llena de tristeza y de confusiones, y aunque ya ha resucitado y se les ha aparecido, aún no acaban de entender cuáles son ahora las implicaciones. Y como es común en la vida del ser humano, cuando no tenemos claridad ante el futuro, tendemos siempre a voltear hacia atrás; igual los apóstoles, por no entender con precisión qué sigue, deciden regresar a lo que era su vida común, antes de ir tras Jesús. Simón Pedro dice a los apósteles que están con él: “Voy a pescar: los otros le dijeron: vamos contigo. Salieron juntos y subieron a la barca, pero aquella noche no lograron pescar nada” (Jn. 21, 3). Es en ese contexto, en esa tentación de regresar a su vida pasada, donde Jesús resucitado se hace presente para confirmarlos en la fe y hacerles ver que la fe a partir de la resurrección significa algo absolutamente nuevo; que en el camino de la fe no se puede dar marcha atrás.

Cuántas cosas suceden en este episodio, tan lleno de contenido para la vida de los apóstoles y para nosotros que seguimos creyendo en Jesús resucitado. Por una parte, Jesús reafirma la grandeza de su palabra: Le pregunta a los apóstoles si han pescado algo, y ante la respuesta negativa, les indica: “Echen la red a la derecha de la barca y pescarán” (Jn. 21, 6); así lo hicieron y recogieron gran cantidad de pescados. Esto hace resurgir de inmediato a los apóstoles, los conecta con su primer llamado y les recuerda que la fuerza de la Palabra del Señor está por encima de las circunstancias del mundo. En consecuencia, con este acontecimiento, Jesús reorienta la vida de los apóstoles, pues ellos entienden que la muerte y resurrección de Cristo no anulan el proyecto original, sino, por el contrario, lo pone en una dimensión superior y definitiva.

Pero esta aparición es también la ocasión para reafirmar la misión de Pedro, como cabeza de la Iglesia, por eso lo llama aparte. Pedro que había negado a Jesús ahora es cuestionado sobre el amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro contesta: Sí Señor, tú sabes que te amo”, a lo que Jesús contesta: apacienta mis ovejas. Y así por tres veces. El proyecto de Jesús no puede ser sin Pedro, es decir sin ese representante visible que, en su nombre, vigile por la unidad e integridad de la fe; pero tampoco puede redefinirlo en tal terea si Pedro no tiene firmeza en el amor.

La respuesta de Pedro, como la de cada uno de nosotros debe estar sostenida en el amor, por eso el cuestionamiento de Jesús. El proyecto de salvación, encumbrado con la muerte y resurrección de Cristo, es un proyecto de fe, pero la fe se concretiza en el amor a Dios y el amor al prójimo, de donde surge también un orden hacia las cosas del mundo. Como dice el Papa Benedicto XVI: El amor le muestra el camino a la fe y, viceversa, la fe le muestra el camino al amor (cfr. Porta Fidei). Así, garantizado el amor de Pedro, queda garantizado el camino de fe de la Iglesia que Jesús le está encomendando. Como garantizada nuestra fe, queda garantizado el amor y garantizado el amor está garantizada la fe.

En conclusión, ante Cristo, que ha muerto y ha resucitado, en la vida tenemos solo dos opciones: vivir solo de la vida común y no trascender de lo común o resucitar con Cristo, que nos incorpora en el camino del amor verdadero y nos abre a los horizontes más sublimes de la vida.

Pbro. Carlos Sandoval
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