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Dios nos llama a vivir en la verdadera religión.


Ni el fanatismo ni la relajación nos ayudan a vivir la fe

XXII domingo del tiempo ordinario

La fe es un camino, es un modo de vida, que tiene como fin máximo el encuentro con Dios, sea el encuentro con Él en lo cotidiano de esta vida, como el encuentro definitivo en la casa del Cielo. Pero también desde la fe, Dios nos ayuda para hacer más fácil nuestro modo de vivir, para hacer más digno y saludable nuestro trato con las personas y con el mundo. De ahí que como auxilio a la fe, Dios haya querido regalarnos los mandamientos, que se convierten en criterios de vida, en principios que inspiran nuestro vivir; por eso le habla Dios al pueblo de Israel y le dice: “Guárdenlos y pónganlos en práctica; eso los hará sabios y sensatos ante los demás pueblos” (Dt. 4, 6). En realidad ¿cuál de los preceptos divinos podrían hacernos daño? Cada uno envuelve una sabiduría tan alta, aplicable a la vida. Pero el mismo Dios, a través de Moisés, advierte al pueblo: “No añadirás nada a lo que yo te mando ni quitarás nada” (Dt. 4, 2); previniendo así dos extremos que dañan la verdadera religión: El fanatismo y la vida relajada.

Cuando el hombre se vuelve fanático o escrupuloso quiere siempre, desde su entender, agregar algo a lo que Dios sabiamente ya ha diseñado. De hecho a una situación así es a la que se enfrenta Jesús con los fariseos, quienes le reclaman: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Mc. 7, 5). Una religiosidad fanática, farisaica o escrupulosa así, lo que provoca es llegar a observancias externas que distraen a la persona de la esencia de la fe, por eso la respuesta de Jesús: “Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc. 7, 6). Mientras cada mandamiento intenta centrar nuestra atención en Dios mismo, en el valor de las personas y en la recta ubicación de las cosas materiales; el fanatismo nos lleva a sobrevalorar las situaciones secundarias en demerito de lo esencial. Mientras el fanatismo religioso nos lleva a querer impactar a Dios con nuestras observancias, Dios lo que prefiere es un corazón sencillo, noble, capaz de detenerse para nutrirse de la mirada y del amor divino. Los mandamientos bien entendidos lo que favorecen es colocarnos al creyente frente a Dios, quien nos ama, comprende, ilumina y bendice.

Pero igual Jesús aprovecha para prevenir la relajación moral, que es otro modo de desfigurar el sentido de la religión: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad” (Mc. 7, 14ss). Cuántas atrocidades se comenten todos los días a causa de estos males que Cristo nos proviene. Así se destruyen matrimonios, se enfrentan pueblos, se lastiman personas y tantos daños más.

La relajación moral lo primero que destruye es la salud interior, la cual es vital en la vida del ser humano. Cuando se corrompe esa parte profunda y sagrada ¿con qué mirada vamos a valorar la vida, las personas y al mismo Dios? Cuando el corazón se ciega en el desorden, cuando se atrapa solo en la fantasía del sentir bonito, ¿cómo podrá apreciar la verdadera belleza y el encanto de la vida?

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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